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Suecia asume la presidencia del Consejo de ministros de la UE

La Unión Europea se da un respiro con la presidencia sueca

La Unión Europea está sumida en una grave crisis institucional, social y económica, a la que debe añadirse una carencia galopante de legitimidad, derivada de la elevadísima abstención en las elecciones europeas, de credibilidad y de eficacia. Es por ello que busca desesperadamente válvulas de escape y, necesitada como está, el desembarco de Suecia al frente del Consejo de Ministros de la Unión es la mejor noticia para su deteriorada imagen en muchos meses.

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Josu JUARISTI

Suecia toma hoy el relevo a la República Checa al frente del Consejo de Ministros de la UE. Para marcar el arranque de la presidencia (semestral) sueca, su Gobierno recibirá a la Comisión Europea en una ceremonia pública en Skansen.

El primer ministro sueco es Fedrik Reinfeldt, y él será la cabeza visible de esta presidencia, que ha escogido el eslogan «Taking on the challenges». Una presidencia que arranca con unas expectativas inusitadas; muy pocos estados han generado una sensación similar a la que Estocolmo ha provocado en este momento. Esto quizás sea debido a que precede a una presidencia, la checa, que ha sido tempestuosa desde el punto de vista mediático, pero es probable que el propio modelo sueco (o nórdico) de bienestar sea el culpable de estas expectativas. La Unión Europea atraviesa por un momento difícil desde el punto de vista institucional, social y económico, y Suecia es de los pocos estados miembros que transmiten una sensación de tranquilidad, seriedad, eficacia y responsabilidad, al menos hacia el exterior.

Quizás por ello, infinidad de asociaciones, colectivos o grupos de presión (de negocios, ecologistas o de grupos de defensa de los derechos humanos) están haciendo llegar al Gobierno sueco sus peticiones y prioridades, en la esperanza de que éste pueda hacerlas llegar al corazón de la Unión.

El Ejecutivo de Reinfeldt hizo públicas hace varias semanas sus prioridades -como siempre, un pacto con el resto con varios «toques» de interés local-: crisis económica y cambio climático dominarán el semestre, pero también la financiación de pequeñas empresas, las medidas para enfrentarse al déficit presupuestario, la continuación de la estrategia de Lisboa y búsqueda de políticas más activas para el mercado laboral.

Suecia tratará de poner en práctica una máxima: transformar la acción doméstica en liderazgo global en varias de estas áreas prioritarias, especialmente en todo aquello relacionado con la lucha contra el cambio climático. Al efecto, Estocolmo espera acoger la firma de un nuevo acuerdo mundial sobre el cambio climático antes de fin de año, un acuerdo que suceda al Protocolo de Kyoto. Es uno de los grandes objetivos de esta presidencia y muchos grupos ecologistas o medioambientalistas esperan que, con Suecia, la UE eleve el tono en este tema y actúe con mayor transparencia.

Tratado de Lisboa

El otro, quizás el primero aunque apenas se mencione por obvio, es contribuir a encarrilar la maltrecha arquitectura institucional comunitaria. La UE podrá hacerlo, se supone, si el Tratado de Lisboa es ratificado por los irlandeses a principios de octubre (en referéndum) y rubricado después por los presidentes checo y polaco, que ya han declarado que no lo harán mientras no se conozca el resultado de la segunda consulta en Irlanda. Y aún está pendiente de que Alemania también lo ratifique: precisamente ayer, el Supremo federal alemán exigió la introdución de modificaciones en las leyes complementarias alemanas («para dar mayores posibilidades de intervención en la toma de decisiones europeas al Bundestag y el Bundesrat») antes de su ratificación. El Bundestag ha cancelado las vacaciones de sus diputados para hincarle el diente a esta orden del Supremo en agosto, con lo que no habrá mayores problemas para que Alemania ratifique Lisboa.

Volviendo a la presidencia sueca, los más optimistas esperan, además, que su modelo de bienestar impregne en cierto modo al resto de la Unión, pero esto es imposible. Quizás en el tono, en el espíritu, podría haber matices durante estos próximos seis meses, pero ningún Estado miembro puede solucionar desde la presidencia semestral lo que el Consejo de Ministros no hace o no quiere hacer. Los «poderes» de la presidencia son limitados, y apenas alcanzan para retocar el orden del día de las reuniones y para buscar consensos. Es más probable que la Unión, como ente político no identificado, se aproveche de la presidencia sueca para ofrecer una cara más amable y cercana de la Unión Europea a los ciudadanos pero, en buena medida, no será más que un espejismo.

Otro tanto ocurrirá, por ejemplo, en el ámbito de la cooperación judicial y policial, que Estocolmo espera desarrollar a través del Programa Estocolmo, un programa de cooperación multianual que Reinfeldt espera que aporte «una visión para una Europa más segura y abierta donde los derechos de los individuos sean garantizados». Suecia tratará de dar una presencia importante a las cuestiones de derechos humanos en la agenda de la presidencia, tal y como intentó hacer en su anterior turno, en 2001, y organismos como Amnistía Internacional esperan que Estocolmo ponga el foco en la prevención de la tortura en las relaciones exteriores de la UE. AI debería añadir algo que no ha hecho, y es que la UE tiene mucho trabajo pendiente en este ámbito en su propia casa.

Sea como fuere, la impaciencia por el relevo en la presidencia del Consejo de Ministros de la Unión se palpa en el ambiente comunitario. Y una cosa es cierta: la presidencia sueca servirá para que, por ejemplo, los medios de comunicación prestemos mucha más atención al extremo norte de la Unión, y a todo lo que ocurre en torno al mar Báltico, centro de muchas de las iniciativas más importantes de la Unión Europea de hoy.

Lo cierto es que este semestre va a estar plagado de grandes eventos y momentos muy importantes. La agenda europea, como destacamos en esta misma página, llega muy cargada.

En el terreno institucional, la presidencia sueca, además de esperar a ver qué sucede con el Tratado de Lisboa y preparar un «plan B» a un hipotético nuevo rechazo en Irlanda, deberá trabajar, y mucho, para buscar consensos o compromisos en torno a dos figuras: una conocida, la del presidente de la Comisión, con Barroso como único candidato, de momento, y otra por estrenar, la figura del presidente permanente del Consejo Europeo. Y podríamos apuntar una más, aunque el cargo ya ha sido estrenado oficiosamente -sin poderes concretos o formales- por Javier Solana, la figura del Alto Representante para Asuntos Exteriores y de Seguridad.

Prioridades

El cualquier caso, un vistazo al pliego de prioridades de la presidencia y a los discursos de Fedrik Reinfeldt permiten entrever que Estocolmo ha dibujado una línea entre sus ambiciones -y su propio proyecto como sociedad o país- y la realidad de la Unión. Al contrario de lo que le ha pasado a la presidencia checa -cuyo Gobierno se hundió en mitad de la presidencia de la Unión-, el Gobierno sueco podrá tratar de sacar adelante la mayor parte de la agenda prevista sin temer tempestades internas que la desorienten y le resten fuerzas para volcarse en la presidencia del Consejo de Ministros de la UE.

En cualquier caso, Suecia lleva exactamente un año trabajando codo con codo en formato de troika con la República Checa y Francia, así que es plenamente consciente de que, por muy centrada y cerrada que tenga su agenda para la presidencia de la UE, siempre surgen imprevistos que aplazan temas y ponen otros nuevos en primer plano del orden del día.

Es más que probable que la crisis económica dé nuevos sustos y el panorama internacional siga dando sorpresas. En este ámbito, la UE se enfrentará a un nuevo invierno bajo presidencia sueca y, en consecuencia, volverá a saltar a las primeras páginas la disputa energética. La relación de la UE con Moscú es un tema pendiente -tanto como fijar una nueva agenda transatlántica-, y muchos esperan que Suecia permita dar un salto de calidad y normalidad en esta cuestión. Además, a Estocolmo le tocará gestionar la fase de implementación del Acuerdo de asociación firmado por la UE en mayo con seis vecinos del este (Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Armenia, Azerbaiyán y Moldavia). La definición de las fronteras de la Unión sigue siendo un escollo pendiente y Croacia y Turquía siguen llamando a la puerta, aunque la UE, de momento, mire hacia otro lado.

Plan de acción para el Báltico

Uno de los puntos ya mencionados es el del Báltico. Estocolmo es la principal responsable de que la UE esté dibujando una estrategia integral para este mar y sus países ribereños. Una estrategia que pone el foco en la competitividad y en el medio ambiente y que, en cierto modo, entabla una competencia directa con el Mediterráneo y la estrategia de Sarkozy para la zona. Con la diferencia de que el Báltico es una zona en alza y con un potencial enorme; con graves problemas medioambientales, cierto, pero sin otros factores añadidos a los estrictamente económicos o sociales derivados de las políticas gubernamentales. Irónicamente, el cambio climático podría jugar «a favor» del desarrollo de esta región, y Suecia quiere liderar ese previsible boom económico. Del plan de acción y de la estrategia que se espera sean adoptados en el Consejo Europeo de octubre dependerá, en buena medida, ese desarrollo, y Estocolmo tiene puestas grandes esperanzas en esa cita. De esa estrategia informaremos en estas páginas en los próximos días.

¿Son aburridos los suecos?

Para muchos periodistas que cubren la información de la UE los suecos, incluido su primer ministro, son un poco aburridos. «The Economist» se refería a ello el 9 de junio en su Charlemagne's notebook, cuando recordaba el reciente discurso de Fedrik Reinfeldt en el Centro para Estudios Políticos Europeo: «Bueno, no fue Barack Obama en El Cairo, pero estuvo relajado, introdujo un par de razonables bromas y, con una fina analogía, vino a explicar que el mercado libre sueco cree que los gobiernos deberían ayudar a los trabajadores a encontrar trabajo, no a preservar los puestos existentes en compañías europeas no competitivas». Reinfeldt aludió en este punto a que el problema de la industria automovilística tienen mucho que ver con la superproducción de coches que nadie quiere comprar. «The Economist», con fina ironía también, agregaba de su producción propia que Reinfeldt debe de saber de lo que habla, puesto que su país es el hogar de Saab, compañía automovilística también en grave crisis. En definitiva, que Fedrik Reinfeldt prefiere salvar a los marineros antes que al barco que está hundiendo. Apuntaba el cronista que las palabras del jefe del Gobierno sueco fueron acogidas con una salva de aplausos que surgió espontáneamente de la sala. Los periodistas no llegaron a tal extremo (de aplaudir), «pero muchos de nosotros estábamos sonriendo», narraba el cronista del Charlemagne's notebook, concluyendo que, después de todo, quizás los suecos no sean tan aburridos.J. J.

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