José Miguel Arrugaeta historiador
La batalla de Honduras: segunda parte...
Si el contenido de la primera parte de la «Batalla de Honduras» fue la revocación, hace apenas un mes, de la resolución que expulsó a Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA), la segunda parte de este enfrentamiento tomó cuerpo la madrugada de pasado domingo, 28 de junio, mediante un clásico golpe militar. No por esperada la asonada castrense deja de sorprender, al ofrecer la vieja imagen (y trastienda) de un mundo que parecía destinado al museo de la ignominia y los horrores. Parece que algunos, con nombres propios, tienen los relojes de la historia detenidos.
A las cinco y media de la mañana (de noche todos los gatos son pardos, dice una frase popular) la cúpula militar hondureña, erigida en juez y dueño de su país, decidió ejecutar lo que hace ya algún tiempo habían acordado. Ni tan siquiera se arriesgaron a que se celebrase la consulta popular, no vinculante, sobre una posible reforma de la obsoleta y elitista Constitución vigente. Los militares hondureños han provocado, con su decisión, una peligrosa situación extrema de incalculables consecuencias para toda América Latina.
Cuando el brillante presidente de Ecuador, Rafael Correa, salió electo mandatario de su país, resumió con mucho acierto lo que estaba sucediendo en América Latina: «no es una época de cambios, sino un cambio de época». Los acontecimientos indican, sin embargo, que una buena parte de las oligarquías tradicionales, las cúpulas militares y algunos sectores de poder norteamericano y europeo, no han captado aún la profundidad y esencia de la aseveración de Correa, y siguen empeñados en frenar las aspiraciones populares de transformaciones sociales y políticas, a punta de fusil o de golpes cívico-militares de baja intensidad, con muy malos resultados hasta el momento.
Primero fue el fracaso estrepitoso del golpe contra Chávez, luego la agresión militar de Colombia a territorio ecuatoriano, le siguió el frustrado intento de golpe blando en Bolivia, hace pocas semanas la masacre indígena en Perú para intentar abrir las puertas de la Amazonia a las multinacionales (norteamericanas y europeas) y ahora las crudas imágenes de un golpe «a la antigua» en Honduras, en un intento por frenar el giro progresista y social del presidente hondureño Manuel Zelaya.
El guión parece repetirse de manera insistente adaptado a las circunstancias, como si fuese la aplicación de un manual de aquella tristemente recordada Escuela de Las Américas, que tiene récord mundial en formación de dictadores y torturadores a destajo y, puestos a decir, hay que señalar que estas fórmulas actuales se asemejan sospechosamente a la denominada «Doctrina Aznar para América Latina» (financiada generosamente con fondos públicos del presupuesto español): fomento de problemas y contradicciones internas hasta elevarlos al rango de conflictos insalvables; los principales medios de comunicación locales (siempre de propiedad privada) mintiendo y acosando al unísono contra cualquier intento de reforma o cambio, haciendo de la libertad de difamación una divisa que a su vez es difundida como un eco por sus primos europeos y norteamericanos , que muchas veces son en realidad hermanos por ser de los mismos propietarios; nuevos y curiosos movimientos políticos o sociales que aparecen como las setas; intervención externa de organizaciones internacionales, intelectuales determinados y observadores de todo laya, siempre bien financiados por los presupuestos de determinados países (EEUU, España...) que demuestran constantemente ser miopes, tuertos o sencillamente mercenarios; sectores militares, eclesiásticos y económicos creando «ambiente» mediante su constante preocupación por la inestabilidad interna, etc.
Pero la aplicación de fórmulas, tradicionales o nuevas, en un intento por mantener el poder de las viejas élites locales, y por lo tanto la influencia y dominación de intereses externos mayores, es decir, el imperialismo de siempre, está chocando una y otra vez con una nueva realidad: América Latina ha cambiado profundamente, y sólo parece haber espacio para la confrontación en el terreno político y electoral, con alguna excepción como es el caso de Colombia. No hay lugar, sitio, ni tolerancia para nada más, por la sencilla razón de que las alianzas de los gobiernos más radicales en sus proyectos y los claramente reformistas no sólo son una mayoría absoluta sino que además están demostrando constantemente su peso, influencia y rápida capacidad de respuesta, que no acepta aquella vieja política de «hechos consumados».
Aún no se sabe como evolucionará la situación en Honduras, pero las imágenes son claras y contrapuestas: grupos de jóvenes soldados, nerviosos e inseguros, vehículos blindados rodeados de gente airada, carta de renuncia presidencial falsificada groseramente, estado de sitio, cortes de luz y comunicaciones, mientras que por el otro lado los presidentes del ALBA y de Centroamérica, reunidos de urgencia en Managua, acuerdan una reacción contundente. La OEA rechaza el golpe de manera unánime, pues cualquier tibieza supondría el final de su existencia. UNASUR y el influyente Grupo de Río en la misma sintonía. Y hasta los EEUU y la Unión Europea tuvieron que variar rápidamente, en apenas dos horas, su calculada ambigüedad inicial pasando a la condena inequívoca del golpe, para evitar las sospechas de que hubiesen dado calor, o prometido cierta pasividad, al movimiento castrense. Y no está de más apuntar que esta primera y temprana ambivalencia, norteamericana y europea, ha dejado al descubierto las graves carencias e incomprensiones de sus respectivos «asesores», que demuestran seguir menospreciando los cambios y dinámicas que se suceden en la región.
El resultado hasta el momento es que Manuel Zelaya es el presidente legal y en pleno ejercicio hasta el las siguientes elecciones del próximo año. Así que el «destituido, secuestrado y expulsado» presidente debe ser restituido en el cargo sin condiciones ni negociaciones.
Los golpistas hondureños, la élite oligárquica y la cúpula militar se encuentran en estos momentos en un callejón sin salida. Incluso la posibilidad, o el intento, de que la situación de facto les conduzca a una interesada negociación interna (para atar en corto las aspiraciones de Zelaya de iniciar una importante transformación interna) no parece actualmente factible, aunque es necesario subrayar que eso dependerá finalmente de la firmeza de planteamientos del propio Manuel Zelaya, así como de la intransigencia de los que le apoyan incondicionalmente.
Por el momento el ALBA (Venezuela, Ecuador, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Honduras, y tres pequeños países del Caribe insular) ya ha aclarado que no bastan las declaraciones, los comunicados ni las palabras de aliento, y exige hechos, decisiones claras y contundentes, es decir, la restitución de Manuel Zelaya en su puesto constitucional como único final aceptable.
La evolución de los acontecimientos y los propios mecanismos que se empleen para superar esta segunda parte de la «Batalla de Honduras» resultan a todas luces estratégicos para todo el continente americano, al tiempo que se ya se ha convertido a estas alturas en la prueba de fuego para la nueva Administración de Barack Obama, que se juega toda su credibilidad, lo mismo que para la cuestionada Organización de Estados Americanos (OEA). La estabilidad de gobiernos, sistemas, procesos políticos, económicos y sociales, la misma seguridad del continente, se encuentran cuestionadas y encima de la mesa. De no resolverse esta situación de fuerza bruta de manera rápida positiva, el peligro de una confrontación abierta (de políticas, poderes, modelos y métodos, e incluso militar) puede tener consecuencias a corto plazo incalculables.
El Comandante cubano, Fidel Castro lo ha resumido en el titular de su reciente reflexión «Un error suicida». Eso es exactamente lo que parece el golpe militar en Honduras y en ese error se pueden incluir las fuerzas más reaccionarias de este continente.
Las respuestas a toda esta situación, incluyendo sus matices políticos, diplomáticos y sociales, las tendremos en apenas unos días, y de ellas saldrán, sin ninguna duda, lecturas muy importantes que va a marcar América Latina para los próximos decenios.