Ariane Kamio Periodista
Con la cuadrilla de los veintisiete
El día en que me arrepentí prometí no caer de nuevo, quitarme esa idea para siempre y alejarme de manera definitiva. Pero me di cuenta de que siempre hay alguna excusa que abre la veda para dar rienda suelta a un camino que termina y empieza en el mismo punto: en la nada.
De la nada surge todo. La nada es la madre de cualquier cosa, una fuente invisible de la que emana lo necesario para eso, para algo, para todo. Un lugar donde cabe todo y donde no se ve nada. Como un agujero negro, en la nada no existe mirilla por donde fisgar lo que se cuece ahí dentro, aunque claro está que todavía es algo sin descubrir, sin especificar, sin definir. De esa indefinición o, mejor dicho, de esa indefensión, se alimenta la nada; ésa es su presa, su insaciable cacería por crear cosas nuevas y, posteriormente, identificarlas con algo que se parezca o, sin más dilación, utilizarla como máquina etiquetadora de una comunidad o grupo de gentes.
El de ayer fue un día grande; fue el día en el que se descubrió dónde se esconde la nada y dónde están sus máquinas etiquetadoras. Su sede: Estrasburgo. Su verdugo: el de siempre. Parece que con argumentos de la nada se consigue todo; con las bases de la nada se logra todo, y para violar los derechos civiles y políticos de miles de personas no hace falta nada. Desde la nada volvemos a emprender el mismo camino, el que hemos recorrido decenas de veces en los últimos treinta años, y el que parece seguirá siendo la pescadilla que se muerde la cola. Parece que a algunas gentes nos ha tocado ser los pagafantas del grupo, cumpliendo con el rol del que aguanta todos los chaparrones, el que tiende su mano cuando alguien lo necesita, pero el que al final no se come una rosca.
Ayer fue el día en que me arrepentí de haber mirado alguna vez a Europa, de haber tenido una pequeña esperanza de cambiar las cosas, pero quedó claro que, al menos de momento, seguimos estando condenados a ser los pagafantas de la cuadrilla de los 27.