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Iñaki Soto Licenciado en Filosofía

Las guerras de los otros

Me indigna la capacidad que tiene el poder de condicionar nuestros sentimientos. A menudo suelo recordar la célebre frase de Malcolm X al respecto: «si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, éstos os harán amar al opresor y odiar al oprimido». No sólo los medios. En ese sentido, si hay algo que realmente me subleva es ir al cine y ver lloriquear y emocionarse con historias épicas de sufrimiento, resistencia y lucha a personas que, nada más salir de la sala, son capaces de pisar al pobre que pide limosna, cambiar de acera para no cruzarse con un negro y/o escupir delante de una concentración por los derechos de los presos. La flexibilidad moral que muestra esa gente me sulfura tanto como la inflexible parcialidad de otros. El mundo en su estado actual parece hecho a su medida o, como mucho, el resultado de la lucha entre esas dos visiones.

Me parece increíble cómo los poderosos son capaces de enfocar por nosotros qué nos debe generar compasión y a quién debemos admirar. Siempre recuerdo en ese aspecto la película «La vida de los otros» -que, por otro lado, me gustó-. Más allá de dar una visión tópica de los últimos años de la RDA, ese film nos mueve a la compasión por el txakurra «humanizado» y nos despista sobre la figura políticamente más interesante para mí: el escritor que defiende la revolución verdadera frente a la real.

Unida a la capacidad de hacernos sentir abatidos o inseguros hasta el punto de alterar o contradecir nuestras convicciones sin que medie hecho real alguno, me fascina la facilidad con la que quienes dominan el mundo, nuestro mundo, condicionan los pensamientos e incluso la agenda política de los oprimidos. Cómo diseñan los debates y las prioridades de sus enemigos, nosotros. Lo peor que le puede ocurrir a un movimiento político es caer en esa trampa y dar la «guerra de los otros». La decisión de Estrasburgo, y por encima de ella la estrategia que avala esa Corte, debe ser integrada en cualquier reflexión estratégica sobre el futuro político de Euskal Herria. Pero no debería determinarla y mucho menos suplantarla. Parafraseando a George Lakoff, no pensemos en gaviotas con rosas en el pico.

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