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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Emoción rojigualda

La patética escena de un pelotón de soldados envolviendo la cruz de Gorbeia con la bandera española ha dejado al descubierto el concepto de democracia que tienen algunos. A Iñaki Ezkerra, por ejemplo, le parece igual -en realidad le parece mejor- clavar a punta de fusil la piperpoto que poner una clandestina ikurriña a riesgo de ser tiroteado por las fuerzas de la dictadura. Así lo cuenta en «La Razón»: «La rojigualda en la cumbre del Gorbea. Ése es el hecho indiscutible y emocionante, el que ha removido corazones y memorias. Yo, por ejemplo, me he acordado de un cura del colegio que, allá a finales de los años sesenta, te subía la nota si te apuntabas a las excursiones que organizaba precisamente a ese mismo monte para poner la ikurriña. Iban todos los pelotas, pero yo siempre me resistí. A las dos cosas, a la ikurriña y al monte. Sentía por las dos un idéntico rechazo que hoy se me antoja de una gran coherencia». Lo que le pone a Ezkerra es el desfile con la cabra y la legión. Mejor si fuera, además, por la Gran Vía bilbaina.

Insiste el megapatriota: «¿Cómo no voy a sentir algo muy especial por dentro al comprobar que la imagen de la rojigualda, situada en ese mismo escenario montaraz, me conmueve hoy de un modo que jamás me conmovió la bicrucífera? (...) Para mí, hoy ha llegado al País Vasco la democracia». Le falta reconocer que la han traído unos muchachos colombianos y ecuatorianos a sueldo del Ejército español. Un poco chirene, ¿no les parece? Pero la emoción le empaña la mirada: «Ése es el hecho: la bandera de la libertad de los vascos en el monte mítico». La bandera que Franco clavó en Gernika calcinada por sus aliados nazis es «la bandera de la libertad de los vascos». ¡Qué fuerte!

Además de sus emociones, pálpitos y tembleques patrióticos, Ezkerra aportaba un análisis según el cual de lo que se trata es de poner un dique de contención a una hipotética negociación política incluyente. Y si para ello tiene que apoyar a ZP -al que puso de vuelta y media cada día que duró el proceso- pues se le apoya y se retuerce el argumento: «Uno ni se olvida ni se engaña. Sabe sencillamente que el verdadero peligro no es la negociación con ETA, sino que el partido de ETA atraviese toda la legislatura vasca y que los socialistas no renuncien al viejo plan. De lo que hoy se trata es de hacerles comprender que poner rojigualdas en el Gorbea es, además de conmovedor y bonito, rentable electoralmente. Más incluso que aislar al PP». Ezkerra, el pobre, se ha desorientado.

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