Aunque la concesión del Óscar a la película japonesa «Okuribito» fue recibida como una enorme sorpresa, al no figurar entre las favoritas, lo cierto es que antes ya había triunfado en el Festival de Montreal y en los Premios de la Academia de Cine de su país con un total de diez estatuillas.

Lo que ha gustado en todo el mundo de la película es su manera de conciliar vida y muerte, en base a un positivismo que emana de la filosofía zen del wabi-sabi. Esa aparente calma con la que los orientales se toman las cosas más trascendentes, llegando incluso a hacer amenos los rituales funerarios, está expresada a través de la ceremonia mortuoria del nokanski, similar a la de otras culturas en el modo de preparar el cadáver para su último viaje, poniendo sumo cuidado en todos los detalles para que luzca con la mejor imagen posible, mediante un correcto vestuario y la labor de maquillaje o embalsamiento.

También ha convencido a los diversos jurados el tono amable que emplea en su original «Despedidas» el director Yôjirô Takita, quien se esmera en aligerar lo que de solemnidad tiene el oficio de las pompas fúnebres.

Toques cómicos

El clasicismo de la película es refrescado mediante oportunos toques de comedia e incluso secuencias de evasión, como aquella donde el protagonista ejecuta un solo de violonchelo en plena naturaleza. Es un concertista que se ha quedado sin trabajo y que decide regresar junto a su familia a la ciudad natal de la cual procede. Allí se presentará a un puesto ofrecido por la empresa Departures, al que se presenta pensando que se trata de una agencia de viajes, cuando en realidad se ocupa del tránsito hacia el más allá, porque es una funeraria.

Al principio sentirá rechazo por su nuevo empleo, pero, de la mano de un experto maestro, vencerá las reticencias iniciales propias del miedo que todos sentimos hacia lo relacionado con la muerte, hasta comprender que es un hecho inevitable que, abordado con dignidad, puede reafirmar profundamente nuestras constantes vitalistas.