Una gran banda sonora acompaña a una narración escénica que se tiñe por momentos de linterna mágica, de cine antiguo, de pantomima o de teatro burlesco, en una práctica escenografía que representa una calle de una gran ciudad y sus habitantes, los fijos, los transeúntes, los ocasionales. Una descripción de un micromundo que debe servir para identificar al resto de los habitantes y que se expresa en escenas cortadas y con una voz en off dando un ritmo acompasado, pero que parece estar hecho para amoldarse a los condicionantes técnicos más que fruto de una elección creativa.

Todo sucede detrás de una transparencia y esa irrealidad se va transformado a base de una magnífica iluminación que va descubriendo y escondiendo el edificio de vecindad, la calle, sus esquinas, sus situaciones más focalizadas así como los momentos más teatralizados, o al menos aquellos en donde el movimiento y la interpretación están por encima de la composición, del tipo, donde la entidad predomina sobre la imaginen.

Exentos de vínculo referencial con el autor, lo presenciado va transcurriendo dentro de una categoría formal de grado alto, con un juego actoral que requiere de más esfuerzo y capacidad transformativa que talento y sutileza interpretativa y en un tono y ambiente que, siendo considerablemente aceptable, no logra lo que se nos cuenta, ni cómo se nos cuenta ni la empatía, ni sugiere un interés más allá que el de mero espectador distante. Creemos que se debe al tamiz, a la distancia de las proyecciones, a la reiteración de situaciones.