No merece la pena dedicarle la más mínima atención a las tontadas de Sacha Baron Cohen, un aberrante subproducto mediático más dentro de la dinámica de la provocación por la provocación en aras a explotar la mala prensa, sobre todo después de comprobar con la xenófoba «Borat» que, el hablar mal de lo que sea y de quien sea, es un negocio seguro. Antes les tocó a los pobres kazajos ser víctimas de sus patéticas burlas, y ahora a la comunidad gay, que no entiendo qué ha hecho para merecer esto. Pero la vida está así y los homosexuales van a tener que aguantar verse ridiculizados en «Bruno», incluso en su legítimo derecho de querer adoptar niños de cualquier raza, no digamos ya en su interés por la moda o el mundo del espectáculo. Sin embargo, no ha tardado en quedar al descubierto el gran punto débil del que se supone es el campeón de la incorrección política. Sacha Baron Cohen no ha tenido inconveniente en autocensurarse, con tal de no ver mermada la recaudación de su película en el estreno norteamericano. Además de eliminar la secuencia en que bromeaba a cuenta de Michael Jackson y su familia por razones obvias, ha reservado otras para la edición en DVD, aquellas que podían afectar a la calificación por edades. De ello dependía su contrato con la Universal de 42 millones de dólares.