Fritz Lang puso broche de oro a su etapa norteamericana en 1956 con «Más allá de la duda», una hábil muestra de cine negro que cuestionaba el sistema judicial y policial en EEUU, con un escritor que se incriminaba en un caso de asesinato por medio de falsas pruebas para demostrar la poca fiabilidad de los procesos destinados a la aplicación de la pena de muerte. El veterano artesano Peter Hyams, acostumbrado a los remakes de pequeños clásicos un tanto olvidados, actualiza el planteamiento original para convertirlo en una historia de corrupción y ambición personales.

A tal fin introduce a Michael Douglas como novedad, al encarnar a un fiscal que manipula las investigaciones criminales para obtener rápidas condenas que faciliten su ascenso profesional, y a quien pretende desenmascarar un joven reportero, que sería el equivalente al héroe interpretado por Dana Andrews en el filme precedente. Nadie le puede acusar por tanto al guión de Peter Hyams de limitarse a copiar, puesto que presenta cambios argumentales bastante reseñables, aunque manteniéndose fiel al espíritu del cine de serie B policiaco.

Salvo por la contratación de una estrella con el caché de Michael Douglas, el resto del reducido presupuesto para Hollywood de 25 millones de dólares pasa desapercibido en pantalla, haciendo que el público salga de la sala con la sensación de haber visto una producción modesta.