Eszenak
Pina y las leyes sonámbulas del movimiento
Josu MONTERO
Escritor y crítico
En algunas ocasiones, la fortaleza y la energía se recubren de una apariencia de extrema fragilidad. Pina Bausch siempre me pareció una mujer frágil; las fotos aparecidas estos días en la prensa a propósito de su repentino fallecimiento así lo atestiguan, ya fueran recientes o de años atrás. La mayoría la mostraban bailando, de cuerpo entero: su delgadez, sus ojos cerrados, la convertían casi en un médium, un cuerpo que trae noticias de las profundidades. Pero había también algún primer plano de su rostro, da igual si mostrándola a sus 68 años o en su juventud: los labios finos, los ojos claros, las cejas pobladas, la ancha nariz: determinación, energía. Sin duda, es casi siempre cierto eso de que el rostro es el espejo del alma. Y el movimiento. También, siempre, el movimiento es el espejo del alma. Nuestra forma de caminar, de mover los brazos, las manos, el cuerpo. No es otro el arte que Pina Bausch ha revolucionado durante los últimos cuarenta años. Desde mediados de los 70, su obra fue dibujando una trayectoria de alejamiento del lenguaje de la danza al tiempo que se acercaba al del teatro en la utilización de otros lenguajes escénicos y artísticos. Contribuyó así a crear ese potente género que es la danza-teatro, hoy tan fructífero. Sin duda, el primer paso fue ese visceral rechazo suyo de la falsedad de la forma bella.
Philippine Bausch nació en una pequeña y gris ciudad alemana en 1940, en plena Guerra Mundial; no es por eso extraño que sus primeras coreografías fueran deudoras de los dramáticos claroscuros del cine expresionista. Sus padres tenían un pequeño bar-restaurante, y entre sus mesas y sus sillas descubrió la pequeña Pina las leyes sonámbulas del amor, del deseo y de la soledad. En el impresionante «Café Muller», una de sus obras más emblemáticas, nos transporta a aquel espacio de una forma catártica y acongojante. Su estancia de formación en Nueva York hizo que experimentara, como tantos otros, ese sentimiento de deshumanización, incomunicación y soledad de la gran urbe; sensaciones tan centrales en toda su obra. Fue pronto nombrada directora del Teatro de la Danza de Wuppertal, otra pequeña ciudad, desde donde removió los cimientos de la danza. Ocupó ese puesto hasta su muerte hace unos días, a los 68 años, a causa de un cáncer fulminante.
Hiperrealismo que se da la mano con el surrealismo; suelos de agua, de tierra, de efímeras flores; chispazos de humor; repetición perpleja de gestos cotidianos; gritos liberadores; parlamentos hipnóticos; la impotencia de la inmovilidad... Recursos de estilo. Búsqueda de la expresión a través del cuerpo de los estratos más profundos, más dolorosos, más frágiles del alma humana, a veces cruelmente. Denuncia abrumadora del gran mal social: la falsedad. «No me interesa cómo se mueve alguien sino qué le mueve, qué le conmueve», dijo. Hace tan sólo quince años, los bienpensantes puristas del madrileño Teatro Real abuchearon su estremecedor «Nelken» («Claveles»). Esa noche la conoció Almodóvar, que años más tarde cerró «Hable con ella» con un fragmento de «Café Muller»; quizá muchos conozcan a Pina Bausch sólo a través de esa película, o tal vez por el papel de Princesa ciega que hizo en «Y la nave va» de Fellini. Mientras las teles se llenan hasta el hartazgo de los pasos de Michael Jackson, no se han dignado en mostrar ni una sola de las creaciones de esta mujer -también un icono-, tan impregnadas de extrañeza y de verdad.