Los cambios de siglo suelen conllevar revoluciones de todo tipo, como si el paso produjera una necesidad casi biológica de dejar lo viejo y tomar lo nuevo. La época conocida como «Belle Époque», años de riqueza y optimismo que los libros de historia comprenden entre la guerra franco-prusiana del 1870-1871 y el estallido de la Gran Guerra de 1914, fueron ricos en transformaciones: fue la«toma de poder» de la burguesía, el paso de lo rural a lo industrial y, en lo artístico, una avalancha de movimientos rompedores. No en vano, las artes son el reflejo de lo que sucede en la sociedad.

Richard Strauss, Maurice Ravel... los artistas vivían, veraneaban o simplemente pasaban temporadas a un lado u otro de la muga, en el «corredor» que unía a Donostia y Biarritz y que se convertía en una especie de zona de paso de las diferentes corrientes artísticas. El espíritu de aquella época, aunque la visión del prisma se ha ampliado unos años -de 1900 a 1936, año en el que otra guerra, la del 36, truncó aquellos aires de modernidad-, se convertirá en la protagonista del verano en Donostia a través de dos iniciativas complementarias: por un lado, el ciclo que le dedicará la Quincena Musical, cuya 70 edición arranca el 4 de agosto, y, por otro, la exposición titulada «1900-1936. Donostia-Biarritz. Del modernismo a las vanguardias», de la Fundación Kutxa, y que se inaugura mañana en la sala del Kursaal.

Como apuntaba ayer Edorta Kortadi, comisario de la exposición, esta es «la primera o una de las primeras ocasiones en las que se han podido ver reunidos fondos artísticos institucionales de Euskadi norte y sur». La muestra, que permite ver de primera mano la evolución histórica del arte vasco en aquella época tan significativa, comprende principalmente obras de los fondos artísticos de la caja, complementadas con otras cedidas por el Museo San Telmo (24), la Diputación de Gipuzkoa (7), el Museo Bonnat de Baiona (4), Ayuntamiento de Irun (uno, que todavía no está colgado en la exposición) y la Fundación Museo Jorge Oteiza (2). Además, hay también cesiones de particulares, algunas muy relevantes.

La época de los ismos

Lo cierto es que esta exposición permite contemplar de primera mano el cambio que se experimentó en la forma de ver la vida y el arte en aquellas tres décadas. Un busto de Julio Beobide del pintor Ignacio Zuloaga, una de cuyas obras está a sus espaldas, preside una sala en la que se agrupan obras demostrativas del realismo costumbrista de fin y principio de siglo. La sobriedad de Ortiz de Echagüe y el propio Zuloaga dan paso a la zona cedida por el Museo Bonnat, más onírico, con desnudos y bellos retratos de mujeres. Luego, el impresionismo y la captación de luz de Sorolla o Darío de Regoyos, seguido de las influencias cubistas -aunque mínimas; les costaba abandonar los viejos moldes- y, finalmente, la vanguardia, encarnada, entre otros, por el Oteiza primitivista de sus primeros tiempos, antes de su marcha a Latinoamérica.