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Raimundo Fitero

Como siempre

Lo de siempre y un poco más. Vemos las lágrimas de alegría de Astarloza. Duelen los músculos del alma más que los de las piernas. En la primera estatal ofrecen ahora un clásico autonómico y de las privadas. «Españoles en el mundo», y nos llevan a Islandia, un lugar que ha formado parte de los mitos de varias generaciones y que ahora se encuentra en una quiebra técnica. Pero transmite calma, orden, tiempo y frío. En casi todos los lugares donde va el programa se encuentra con catalanes o vascos. Deben ser los más expedicionarios. El vasco, un zoólogo, nos enseña cosas curiosas y se pone a pensar en voz alta: «quizás sea el último vasco que haya pescado ballenas con los aparejos clásicos». Y solamente pensarlo nos produce un ataque de nostalgia sobre el tiempo que se nos escapa.

Estos programas dedicados a recorrer lugares lejanos acompañados de residentes que tenga conexión directa con la televisión que manda al equipo se ha convertido en un recurso, y lo hemos visto en todos los formatos, con un viajero en primera persona o como aquí en donde nunca vemos a la tal Lucía, ni al cámara. Son maneras de retratar lo mismo, pero sí encontramos un tono muy familiar, una buena narración, una búsqueda de personajes que transmiten bastante más y que aportan visiones diferentes. Y poco más.

OT se ha terminado. Ha ganado el que parece tener mayores posibilidades técnicas y artísticas. Otra vez, este acto final logra máxima audiencia en su día y franja. Con o sin Risto. Con o sin polémicas. Se trata de un producto televisivo de entretenimiento que tiene ya muy marcadas sus características y que las audiencias acuden en los momentos más importantes porque saben que el resto acostumbra a ser algo excesivamente previsible, se podría asegurar que aburrido. No sería de extrañar que hubiéramos asistido a una de las últimas ediciones, parece que el concurso no tiene mucho más desarrollo, al menos en este formato. Es más, o apuran mucho más en los criterios de selección del personal o va a convertirse en un programa residual, en un recuerdo y Jesús Vázquez, una bestia televisiva, debe saberlo y apretar para que suba el nivel de calidad, no el ruido.

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