Amparo Lasheras Periodista
Este verano no me cantes un blues
Todos tenemos un universo privado donde colocamos a nuestro antojo las costumbres, manías y otros actos más o menos rutinarios con los que conformamos nuestra vida cotidiana, haciendo de cada uno de ellos leyes inquebrantables que rara vez nos atrevemos a transgredir. Las vacaciones, a pesar de las connotaciones de hecho extraordinario que llevan consigo, suelen organizarse sobre un mismo patrón, al que se le añade alguna variación, destinada a poner un poco de color y revestir la monotonía que nos atenaza año tras año. Todo el mundo quiere desconectar. Es la obligación que nos impone la sociedad moderna para no caer en un ataque de ansia permanente y evitar lanzarnos de cabeza contra esa depresión que los psicólogos denominan postvacacional y que en realidad no es otra cosa que la mezcla de aburrimiento y mala hostia, (perdón por la expresión) que nos invade al contemplar de nuevo el rostro siempre ácido de los jefes o al enfrentarnos con angustia a un futuro laboral incierto, voluble y de muy dudosa formalidad o moralidad, que dirían los de derechas.
Existen vacaciones de todo tipo y condición, aventureras, estresantes, relajantes, insoportables, caribeñas, culturales, solidarias, fiesteras, familiares, nocturnas o en la piscina del barrio, que son las de toda la vida y, también, las más asequibles.
Las vacaciones marcan un antes y un después. Un lapsus entre lo que hemos hecho y lo que haremos en un futuro inmediato. Lo que ocurre es que el antes y el después se confunden y la rutina, ese mal inexorable al que nos conduce la necesidad de seguridad, convierte la vida en una línea continua sin desconexión posible. Lo trágico es que no somos conscientes de ello. Seguimos confiando en las vacaciones de la misma manera que en la democracia sin derechos, quizás por ello las revoluciones y los cambios no se prodigan demasiado.
Charlie Chaplin, en la película «Un rey en Nueva York», lo definió muy claramente, «para algunos la revolución es una de las pequeñas molestias de la vida moderna». Lo malo de las vacaciones suele ser el final, el regreso, el choque con la realidad, ese lugar donde los problemas se instalan en plan de okupas permanentes. En definitiva, todo pertenece al proceder humano, variado y complejo, sometido a los deseos y a la voluntad individual pero también dirigido y controlado por necesidades y pseudovalores que se inculcan y se imponen de forma invisible y constante.
Cuando ando por la calle, respiro el verano y con él, la sensación de una dolce vita donde todo puede esperar. Las noticias se han vuelto demasiado discretas y al leer el periódico una siente la obligación de hablar en voz baja para no romper la tórrida quietud de la siesta en la que parece haberse sumergido el mundo y también Euskal Herria. Las guerras, tragedias humanas como la que se sufre en el campamento de inmigrantes de Calais, la desaparición de Jon Antza o el regreso a la guerra sucia de la era González, se soslayan con el culto a Michael Jackson, con el Tour, los conciertos de Madonna, de Bruce Springsteen, con los festivales de verano, de rock o de jazz. Hasta la crisis, los ERES, el paro y otras dolorosas consecuencias del desastre económico y la codicia financiera, se asoman a la actualidad mediática, lentos, con la cadencia de un blues, el mejor canto para llorar sin luchar. Sólo Patxi López y su Gobierno rumbean por la prensa de sarao en sarao, palmeando las fascistadas del señor Ares y de la Ertzaintza.
Sin embargo, la física demuestra que donde hay sol se producen sombras y que el estruendo puede escamotear el ruido de las ratas al correr bajo las tarimas. Mientras la mayoría de los mortales relajan cuerpo y mente a ritmo de sol y verbena, otros se reúnen sin mucho alboroto para preparar el nuevo golpe que darán al ya maltrecho futuro de los hombres y mujeres de Euskal Herria. Parece que no pasa nada pero sí pasa y, además, mucho. Tal vez lo que hay que hacer es leer entre líneas o simplemente desconfiar.
Empezaré por arriba. Nos dicen que en el diálogo social entre ZP, los sindicatos y el empresariado no se ha llegado a ningún acuerdo concreto, y sin embargo, el señor Corbacho, ministro español de Trabajo, ya insinúa que las cuotas de la Seguridad Social, correspondientes al empresariado, no se reducirán en 5 puntos como pedía la patronal pero sí es factible que se rebajen en 1,5 puntos, con lo que ello supone para el mantenimiento actual del paro y las pensiones. Sobre la hipotética Reforma Laboral no se confirma nada, pero resulta sospechoso que los analistas económicos lleven todo el verano hablando y discutiendo sobre ella.
La reunión «anticrisis» convocada, con carácter de urgencia, por Patxi López para recortar el gasto público parece que se ha quedado en tablas, sin acuerdos que merezca la pena destacar. Sin embargo, ya se sabe que uno de los objetivos es revisar el gasto en servicios sociales y en políticas de inserción social y empleo.
El PNV, a pesar de los sofocos y de la calentura política que le estará produciendo la moción de censura que el PP intenta colarle en la Diputación de Araba, ha ofrecido al PSE un pacto de estabilidad institucional y presupuestaria que es lo mismo que mendigarle un huequito en ese manejo de poder del que ahora tanto presumen los socialistas. Los jeltzales lo tienen difícil pero no les importa. A estas alturas de la película, es de dominio público que el PNV está dispuesto a desnudarse aunque no lo requiera el guión. Su cuesta abajo se inició hace tiempo y, como dijo Otegi, firmaron su Santoña político al aceptar y acatar un parlamento derivado de unas elecciones falseadas y antidemocráticas. Todo lo demás viene solo.
Pero quien mejor ha planeado los deberes vacacionales de cara al próximo curso ha sido el Gobierno de Nafarroa, que aprovechando la profunda resaca de los sanfermines ha solicitado a Madrid una reforma del Amejoramiento para cambiar la duración de las legislaturas y de paso, como quien no quiere la cosa, autorizar a su presidente, Miguel Sanz, a negociar con España otras modificaciones que quizás tengan mucho que ver con la intención de vulnerar el derecho a decidir de los navarros.
Como dice una canción de mis años jóvenes, «el mundo gira y gira en su espacio infinito...». Y aquí en Eukal Herria, hasta en verano, gira como un tiovivo. De prisa y con alevosía. No quisiera aguar la fiesta a nadie, pero, aunque es difícil pensar con 40 grados a la sombra, no hay que olvidar que la maquinaria para darnos la puntilla en el ámbito social y en el político sigue funcionando también en verano. Por lo tanto, la sociedad vasca, y en particular la Izquierda Abertzale, debe de evitar el mareo, el paso vacilante y encarar el otoño con el talante firme, el corazón caliente, la cabeza fría y responder a tanta agresión y represión dando pasos hacia una iniciativa política coherente con nuestra historia como pueblo y como clase, «hacia un espacio independentista y progresista que ayude al cambio político y social de Euskal Herria».
Y no sigo porque, precisamente, ésta fue una de las ideas que los tribunales españoles utilizaron como prueba irrefutable de integración en banda armada para encarcelarnos a siete compañeros y a mí y, así, conformar en Gasteiz una Cámara a la medida de los planes que más interesan al Estado español y a sus compinches.
No sé si para bien o para mal, pero continúo en mis trece. Sigo pensando lo mismo. A veces todo esto me parece tan surrealista que haciendo un paréntesis en la seriedad que exige el momento y en el análisis correcto de la situación, y valiéndome un poco de la frivolidad y la distensión veraniega que a veces nos obliga a ironizar sobre nosotros mismos, evoco la figura de Charlot, pensativo, mirando con sus ojillos tristes y divertidos tanto trajín antidemocrático, mientras Charlie Chaplin busca la frase correcta que además de una sonrisa implique una implacable denuncia. Pero eso ya son derivaciones literarias, imaginación pura y dura... aunque una pequeña dosis nunca viene mal, sobre todo, en política y... ¿por qué no? también en vacaciones.