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Maite Ubiria Periodista

Historias de domingo

El Parlamento francés ha culminado la tramitación de uno de los proyectos de ley que provoca mayor controversia social. Rompiendo con su tradicional absentismo, los senadores de la derecha han montado guardia para impedir que colara una sola enmienda de la oposición, lo que habría retardado la entrada en vigor de una norma tras las que afloran fuertes intereses mercantiles.

Es curioso ver como la derecha se retrata con trajes laicistas para defender una norma que es un burdo tocomocho al presentar como un triunfo de la libertad, por descontado individual, lo que no es sino un intento de someternos más y más a la religión del consumo.

Para evitar caer en engaños les propongo acudir a quienes, como Robert Beck, han estudiado el origen del asueto dominical. En su «Historia de domingo» este profesor pone en evidencia que la ley de 13 de julio de 1906 por la que se estableció el descanso dominical en el Hexágono fue votada por un Parlamento eminentemente anticlerical.

La lectura de ese estudio nos ayuda a desenmascarar definitivamente a quienes tratan de vendernos -que de eso y nada más que de eso se trata- que al dar el finiquito al «cerrado el domingo» le hacemos un hijo de madera al Papa de Roma.

La ley de reposo dominical es considerada la primera victoria social en el Estado francés, no de los obreros, que lograron con anterioridad el derecho a descansar un día tras seis de trabajo, sino de los empleados.

Fueron los trabajadores del sector comercial los que pelearon para ganar un derecho que, incluso antes de aprobarse esta nueva ley, ya estaba bastante amenazado por las muchas excepciones de aplicación introducidas en la norma original.

Sus señorías nos hablan de libre elección. ¿Qué hay de libertad en la opción de una cajera de trabajar en festivo para redondear un sueldo de 800 euros? Y con su norma convierten lo que ya era una ironía, el discurso de igualdad y de conciliación, en abierta hipocresía.

¿Quién jugará sin prisas con los niños? ¿Quién acompañará a la amona mientras descansa su cuidadora habitual? ¿Quién dormirá, retozará y hasta hará mejor la digestión sin la amenaza del despertador? Y, sobre todo, ¿Quién leerá un libro para combatir con más fuerza contra esa nueva esclavitud laboral que tiene un rostro tan femenino?

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