Antonio ALVAREZ-SOLIS Periodista
Madre, cómprame un negro
Era el cuplé de los años 20: «¡Madre, cómprame un negro/ cómprame un negro en el bazar/ que baile el charlestón/ y que toque el jazz-band!». El negro bailarín. Claquet. No más. El negro en el escenario. Dentro de la regla. Cobre usted al salir. Martin Luthero King no respetó la regla. Quería la igualdad, la justicia y la libertad. Creyó quizá en el «camino de vida americano». Pero eso no es para negros o para latinos ¿Por qué cuento todo esto? No lo sé. Me volteó en la cabeza cuando vi a Barack Obama disculpándose ante su ciudadanía por haber reprendido a un sargento blanco de la Policía que detuvo a un profesor negro de la Universidad de Harvard en un incidente verbal sin importancia. Luego conocí las graves dificultades del presidente para sacar adelante su plan de seguro médico para los que no tienen esa protección de gran blanco.
Fue entonces cuando recordé a Condoleezza Rice, la secretaria de Estado del presidente Bush, negra, pero con su cruel alma blanca. Ojo al detalle. Obama conserva el alma negra. Es sincero, inteligente, amigo de los que no tienen nada o casi nada. No aspira a la revolución social. O sea, no es terrorista. Solamente pretende alguna justicia en el marco de la gran injusticia. Quiere cantar un espiritual en la noche del algodón. Dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de justificar al perseguido por la justicia. Así es, señorita Escarlata. Es hombre de bienaventuranzas. Hasta ahí llega. No más allá. Y lo están haciendo astillas. Siempre temí que acabara mal. El negro aún es el negro y el pobre todavía es el pobre en esa América. Gente dudosa para el gran sargento blanco. Incluso musulmanes a veces. Obama tiene el alma negra en un país de progresismo de papel y guerras de verdad. Mala cosa. Barack, Barack... ¡Madre: A los caballeros blancos les han comprado un negro y quieren que toque el jazz-band!