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Martin GARITANO I Periodista

¡Qué poco cambian los tiempos!

Miro atrás -con ira, porque no estamos en tiempo de disimulos- y repaso la lista de mandamases de la Policía que han jalonado las últimas décadas en estas tierras

Recuerdo a Ibáñez Freire, un general que parecía enloquecer ante los micrófonos y embestía contra las ikastolas mientras aseguraba a quien le quisiera creer que perseguiría a los etarras hasta el centro mismo de la Tierra. Supongo que en ello anda.

También Rodolfo Martín Villa dejó frases para la posteridad: «Dos a uno a nuestro favor», «Lo nuestro son errores, lo suyo son crímenes»... Han pasado muchos años y el partido sigue sin inclinarse a favor de su Ministerio y Martín Villa seguirá en el asiento de atrás de algún coche oficial. No ha conocido otra cosa.

A Rosón le quedó aparente la jugada con Onaindía y Bandrés. Logró la autodisolución de ETA p-m y que la mayor parte de sus militantes engrosaran las filas de los «milis». Pírrica victoria.

A Barrionuevo se le murió José Arregi en comisaría, víctima del síndrome de aplastamiento (policial), y en su mandato se organizó el GAL. Otro sangriento fracaso. Muy sangriento, pero fracaso. Y por ahí anda, como la Zarzamora, llorando las traiciones e ingratitudes de quienes le jaleaban.

A Corcuera, que bautizó una ley especial para emprenderla a patadas con las puertas ajenas, le hicieron salir por la puerta de atrás por un asuntillo con los fondos reservados y lo enclaustraron en una canonjía de AHV.

Hubo más: Asunción, Acebes, Rajoy... y consejeros como Atutxa, aquél al que paseaban a hombros como a un torero por esas tierras de España y a quien, al final, quisieron emplumar por... colaboración con banda armada o similar. ¡Vivir para ver!

No crean que he olvidado a Fraga. Lo dejo para el final por el sorprendente parecido de sus más célebres sentencias («La calle es mía» y «Antes de poner la ikurriña tendrán que pasar por encima de mi cadáver») con los dichos y hechos más recientes de Patxi López y Rodolfo Ares.

López proclamó hace unos días que la calle es de ellos, de los «demócratas», y Ares sigue empeñado en una estéril trifulca contra los símbolos. A estas alturas, de Fraga sólo esperamos sus memorias -mejor póstumas- con la verdad sobre la matanza de Gasteiz o los crímenes de Montejurra. De López y Ares me conformo con que reflexionen sobre todo lo anterior. ¿Es mucho pedir?

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