El imperio de los sentidos, redescubierto por Isabel Coixet
«Mapa de los sonidos de Tokio»
Sofía Coppola se perdió en la traducción del japonés a su idioma, pero Isabel Coixet ha querido plasmar las sensaciones que experimenta el visitante en una sociedad tan diferente a la nuestra, desbordado por el festival de luces nocturnas y ruidos tan difíciles de asimilar en una primera impresión. «Mapa de los sonidos de Tokio» expresa la pasión que la cineasta catalana siente por la moda nipona, y con esta realización aspira a ser su embajadora.
Mikel INSAUSTI |
Desde que veo películas de Isabel Coixet procuro hacer un ejercicio mental consistente en juzgar el material olvidándome de quien lo ha hecho y, gracias a este sencillo método de abstracción, a veces me llevo gratas sorpresas. He llegado a la conclusión de que la cineasta catalana es una magnífica ilustradora, porque cuando cuenta con un buen guión es capaz de sacar adelante un producto sólido, como en el caso de «Elegy», donde partía de una novela de Philip Roth.
Si va por libre ya es otra cuestión, que es lo que ocurre con «Mapa de los sonidos de Tokio», película en la que pretende reflejar su pasión por el Japón actual. Entiendo que pueda ser su creación más querida hasta la fecha, por cuanto en el rodaje ha volcado sus gustos personales, así que esta vez no queda otro remedio que tener en cuenta que detrás de esas imágenes tan plásticas y exóticas hay una viajera que es ella.
Considerando que Isabel Coixet procede del mundo de la publicidad no es de extrañar que haya encontrado su paraíso terrenal en Extremo Oriente, pero el resto de los mortales no tenemos por qué identificarnos con un desarrollismo tan extremo, que obliga a rendir culto a la masificación tecnológica. Una sociedad capaz de engendrar sistemas elementales de vida artificial como el tamagochi da qué pensar, por no hablar de otros juegos más descerebrados, así que no todo es la belleza del paisaje urbano nocturno o las delicias de la comida japonesa, las cuales se vuelven indigestas con prácticas tan discutibles como la de ingerir alimentos sobre el cuerpo desnudo de una mujer.
La reciente reposición de «Mishima» ha venido bien para recordar que, desde dentro, no han faltado voces que difieren del rumbo decadente desde un punto de vista moral tomado por el país del sol naciente.
Ya en el Festival de Cannes «Mapa de los sonidos de Tokio» tuvo una fría recepción, aunque algunos cronistas matizaron que no le favoreció su pase en el última día, pero eso es lo mismo que se dijo de Soraya en Eurovisión, a la que le tocó cantar en último lugar.
Dejando a un lado tópicos más propios de la chovinista prensa deportiva, conviene leer las críticas entonces vertidas buscando el fondo de lo que todas ellas tienen en común. En general coinciden a la hora de señalar que es una película para ver y oír de manera superficial, debido a que su belleza estética no se sustenta en un guión bien construido. La película está escrita por Isabel Coixet sobre las impresiones de sus visitas a la gran metrópoli nipona, y de ahí que parezca un mero pretexto para mostrar lugares turísticos por los que siente especial predilección.
Dentro de la película hay una conexión interesante que, en principio, no tiene nada que ver con las lejanas localizaciones escogidas. Me refiero al hermanamiento fronterizo entre el actor de Vilanova y la Geltrú y el director de fotografía de Lourdes, ya que Sergi López y Jean-Claude Larrieu trabajaron juntos en el encuentro pirenaico que fue «Pintar o hacer el amor», una de las singulares películas de los nunca suficientemente ponderados hermanos Larrieu, cuya último rodaje incluyó los sanfermines de Iruñea. Y, sin irse hasta Japón, merece la pena pasar por Vilanova para conocer el restaurante de cocina catalana que ha abierto Sergi. Se llama Negre Fum y está instalado en una antigua fábrica a la que alude el nombre, en la que trabajó el padre del actor.
Banda sonora
Hecho este inciso, que uno también tiene sus gustos, hay que hablar de la importancia de la banda sonora en una película llamada precisamente «Mapa de los sonidos de Tokio». Ya se sabe que a Isabel Coixet le gusta hacer sus propias selecciones musicales en base a canciones y temas instrumentales preexistentes, más o menos a la manera de Tarantino. Para tales menesteres suele utilizar el alias artístico de Miss Wasabi, que es también el nombre de su productora, y bajo ese disfraz se convierte en una D.J., que invariablemente termina metiendo algo cantado por su ídolo Antony and The Johnsons, y esta vez tampoco podía ser una excepción. Menos mal que para la ocasión ha pensado en Misora Hibari, una vieja gloria nacional muy recordada por su interpretación en japonés de clásicos internacionales. Miss Wasabi ha escogido, con muy buen criterio, su conmovedora versión de «La vie en rose».
Luego están los propios sonidos de la ciudad, los cuales constituyen la atmósfera de la película. Sólo que Isabel Coixet no se conforma con que jueguen un papel simplemente ambiental e intenta dotarlos de un mayor protagonismo. A tal fin se inventa la figura de un ingeniero de sonido obsesionado con la protagonista, a la que registra el eco de sus pasos cuando camina, pero pretende llegar más lejos, incluso a captar sonidos tan íntimos como el de su respiración.
Este personaje, que parece sacado de «La conversación» o «La vida de los otros», se convertirá en testigo de la historia de amor a contracorriente que viven el extranjero y la mujer de doble vida, que de noche trabaja en la lonja de pescado y el resto de la jornada es una asesina a sueldo. Le han encargado matar a ese hombre, pero se siente fatalmente atraída por él, lo que complica el encargo. Se trata de un catalán que ha abierto una tienda de vinos en Tokio y ha sido sentenciado por un poderoso hombre de negocios que le culpa de la muerte de su hija.
La banda sonora de «Mapa de los sonidos de Tokio» reúne desde divas de la música japonesa hasta música electrónica, pasando por Antony and the Johnsons y proyectos emergentes, en una mezcla de lo más ecléctica.
Dirección y guión:
Isabel Coixet.
Intérpretes: Rinko Kikuchi, Sergi López, Min Tanaka, Manabu Oshio.
País: Estado español, 2009.
Duración: 100 minutos.
Género: Drama romántico.
Rinko Kikuchi fue lanzada internacionalmente por el mexicano Alejandro González Iñárritu en su cosmopolita creación «Babel», donde el rostro y el cuerpo de la joven se hicieron conocidos. Isabel Coixet vio en ella a la perfecta protagonista para su aventura japonesa, haciéndola participar en escenas de sexo que recuerdan al cine de Nagisa Oshima, autor del que también recrea los escenarios urbanos de «Diario de un ladrón de Shinjuku». Una referencia que queda un tanto diluida en medio de un despliegue esteticista que parece más influido por las películas de Wong Kar Wai, salvo porque el toque localista recuerda en su omnipresencia culinaria al clásico del malogrado Yuzo Itami «Tampopo», mezclado con el ambiente literario de las novelas de Haruki Murakami o Banana Yoshimoto.
Quien quiera aprender a manejar los palillos que se fije en Rinko Kikuchi, sobre todo ahora que el «sushi» se ha convertido en todas sus variantes en plato estrella de la cada vez más exportable cocina japonesa.
El «sushi» compite con la sopa de miso en los puestos de comida en torno al mercado de Tsukiji, centro neurálgico del sistema alimenticio en Tokio. En ningún lugar del mundo una lonja de pescado puede abarcar tanto, pero para algo es el alimento nacional. Tsukiji ocupa 22 hectáreas llenas de almacenes, pasillos y locales de subasta, en los que cada madrugada se venden más de 4.000 toneladas de peces, marisco y algas marinas. Principalmente son túnidos de enorme tamaño, cuyo aspecto impresionante constituye el principal objetivo de los miles de turistas que visitan cada día el mercado. Esta presencia masiva de extranjeros a las instalaciones ha hecho que se restringa el acceso público de cuantos no forman parte del negocio, por lo que el uso de cámaras está reservado a determinadas zonas y ya no es tan fácil captar esas cotizadas imágenes.
Una de esas turistas, cámara en mano, era Isabel Coixet, que quedó fascinada por el aspecto del suelo bañado con la sangre de los grandes atunes. De inmediato sintió que quería contar la historia de una mujer que trabajaba en la lonja cortando el pescado y pasando la manguera para limpiar los restos. Y así fue, viajando en metro hasta la estación de Shinjuku, como imaginó que esa chica llevaría una doble vida, combinando su trabajo con otro como mercenaria o asesina a sueldo, precisamente ahora que Kitano ha dejado de hacer películas de «yakuzas». M. I.
La historia se le ocurrió a la directora en el mercado de pescado Tsukiji. Coixet asegura que el «olor de atún fresco, los gritos de las subastas o el fragor de los miles de cajas al ser arrastradas» tuvieron mucho que ver.