CRÏTICA | "Hormen arteko oihartzunak"
Cuando el texto no acompaña
Mikel CHAMIZO I
Una cosa de sentido común, que todos los que han participado en la evolución de la ópera en sus cuatrocientos años de historia han respetado casi siempre, es la separación de tareas entre libretista y compositor. Si exceptuamos a Wagner, Boito y algún otro compositor más con sobrado talento para escribir, los libretos siempre se han dejado en manos de hombres de teatro, pues teatro es la ópera, al fin y al cabo. El gran lastre de «Gernika» de Escudero, es, indudablemente, su libreto, escrito por él mismo. Es básico, lento y anti-teatral. Su trama es maniquea y sus personajes se expresan como niños de ocho años. Hay cosas superfluas para la historia -la relación amorosa entre Gernika y Gogor, por ejemplo- y su mensaje independentista-foralista-pacifista -ambiguo, como mínimo- se repite tanto que aburre. Es una pena, porque «Gernika», musicalmente, esconde momentos extraordinarios.
Escudero tiene en su música el gesto dramático, y sabe cómo hacer que la orquesta diga lo que el texto no puede. Y el tercer acto, casi sin palabras, es el mejor ejemplo de ello, con una expresividad al límite, media hora de música brillantísima e impactante que debería estar en repertorio más frecuentemente. En la versión de anteayer fue notable la calidad vocal, y la pronunciación, de los solistas, con mención a la Gernika Ana María Martínez. También loable el buen rendimiento de la Orquesta y la Coral, que tienen reciente la grabación de la ópera.