CARLOS GIL I Analista cultural
Los requisitos
La formación de los futuros artistas debe ser un proceso que acaricie a los inquietos y sus proyectos, que encarrile las energías, que incentive la personalidad de cada individuo y los integre en una idea general a base de unos conocimientos que vayan algo más allá de la transmisión de reglamentaciones técnicas o las perceptivas reglamentistas. La formación artística debe estar más próxima a una orgía que a una carrera administrativa preocupada por el currículo más que por la poética. Hay que sacar licenciados para que siga dando vueltas la rueda del sistema. En los idearios funcionariales los artistas nacen de las relaciones con el poder y no en el roce entre sensaciones, emociones, materiales y urgencias comunicativas. Un profesor enseñando treinta años perspectiva puede acabar contando chistes de fontaneros. El embrión de artista que desembarque en una enseñanza emponzoñada por la rutina y la tradición académica puede acudir al autodidactismo paliativo. No existen escuelas, sólo existen maestros. Las universidades expiden títulos festoneados pero el parnaso está repleto de fracasados escolares tocados por el don.
En las convocatorias para acceder a las escuelas artísticas se hallan requisitos que son manifiestos. En la Universidad Autónoma de México, para entrar a estudiar teatro solicitan «certificado de examen médico de cuerdas vocales expedido por un especialista: foniatra u otorrinolaringólogo». Los actores, según parece, solamente hablan, declaman o gritan.