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Xabier Irastorza Miembro de la Fundación Manu Robles Arangiz de ELA

Pactismo social: ingenuidad, derrotismo o puro cinismo

Queda claro que los únicos que se benefician de este pactismo social son el poder económico y los gobiernos a su servicio, que imponen sus intereses, y los sindicatos participantes, que reciben ingentes cantidades de dinero hipotecando cualquier acción reivindicativa

El contexto y la coyuntura concreta que hizo posible e instrumento valioso el pacto y el diálogo social de la posguerra ha cambiado de modo radical, por lo que la valoración que hagamos de él debe tener en cuenta esta circunstancia.

La actual ofensiva capitalista y la posición de desventaja del movimiento sindical y social nada tienen que ver con las circunstancias de adecuada correlación de fuerzas y respeto mutuo que hicieron posible el pacto (la larga y dura lucha obrera y social, el auge y la fuerza del socialismo, la referencia y el temor al comunismo...). A esto se une, además, la incorporación tardía del Estado español y de Hego Euskal Herria a este modelo ya devaluado y en franca decadencia, consecuencia de la larga dictadura franquista. Esto es, precisamente, lo que los promotores y defensores actuales del sacrosanto «diálogo social» olvidan o, mejor dicho, nos quieren ocultar para sacar provecho de la situación.

Acuerdos alevosos. En la coyuntura presente, la política y los gobiernos sometidos a los intereses del capital acuerdan con él los elementos fundamentales que determinan nuestro modelo socio-económico. Cuestiones tales como el reparto de la riqueza, la fiscalidad, los movimientos del capital, la política industrial, la progresiva privatización de los servicios públicos, la legislación laboral y social que condiciona el mercado de trabajo y de las relaciones laborales, las cotizaciones y prestaciones sociales, etc. se acuerdan de modo alevoso y en privado, y ni se consultan ni se discuten con sindicato alguno.

A su vez, los gobiernos asumen la visión y los modos de actuación de las empresas privadas, reprimiendo la acción reivindicativa, recortando los derechos y las libertades de los trabajadores y trabajadoras, primando los intereses privados sobre los derechos colectivos, haciendo caso omiso ante el fraude laboral o fiscal, anteponiendo la supuesta «rentabilidad económica» al bienestar social y al servicio público y universal.

El espacio de juego institucional que en este contexto les queda a los sindicatos es una negociación colectiva a menudo en correlación de fuerzas desfavorable y en la que es habitual la ruptura de las reglas de juego democráticas y la buena fe con firmas en minoría, judicialización de la acción colectiva, chantajes, etc.; o la propia mal llamada «mesa de diálogo social» en la que se abordan únicamente «cuestiones menores» como la formación continua, la salud laboral o los servicios de empleo. De este modo, se evita, intencionadamente, tratar las cuestiones importantes y las políticas que vertebran el modelo, pero ofrecen apariencia de participación sindical legitimando las líneas y decisiones en las que coinciden patronal y gobiernos.

Queda claro, por tanto, que los únicos que se benefician de este pactismo social son el poder económico y los gobiernos a su servicio, que imponen sus intereses, y los sindicatos participantes, que reciben ingentes cantidades de dinero hipotecando cualquier acción reivindicativa.

Estas mesas de «diálogo social» resultan, así, la coartada perfecta para que la patronal y los intereses del capital puedan llevar a cabo sus objetivos con la ayuda de los gobiernos y la complicidad de los sindicatos, debilitando la respuesta a la ofensiva capitalista. Que algunos sindicatos den por bueno en sí mismo el «dialogo o pacto social» sin tener en cuenta la coyuntura en la que se desarrolla, los contenidos que entran a formar parte del mismo o la correlación de fuerzas existente, no deja de ser un ejercicio de ingenuidad, la aceptación de la derrota y «gestión de la miseria», o un ejercicio de cinismo difícilmente explicable en la defensa de los derechos de la clase trabajadora.

Lucha colectiva. Al sindicalismo que quiera hacer frente a esta ofensiva capitalista, defender los derechos de los trabajadores y trabajadoras y luchar por otro modelo económico y social no le queda otro camino que el contacto y la lucha directa junto con los trabajadores y trabajadoras, con las personas que sufren en sus carnes las consecuencias del sistema actual, con todos aquellos hombres y mujeres y grupos sociales que desean y luchan por otro tipo de sociedad. Se trata de abrir y ayudar a abrir los ojos ante esta realidad, de concienciar a las personas con las que entramos en contacto, de crear lazos de unión y de solidaridad, de tejer redes, de aunar fuerzas y de articular un movimiento que haga frente al capitalismo y establezca una nueva correlación de fuerzas que posibilite el cambio.

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