Análisis | Bombardeo de la OTAN en Kunduz
La masacre de civiles afganos repercute en la campaña alemana
El Gobierno alemán trata de apaciguar los ánimos tras el bombardeo de la OTAN en Kunduz, sin cuestionar la presencia de sus soldados en Afganistán ni la decisión tomada el viernes por el mando alemán. Sólo desde Die Linke sigue reclamando la retirada de tropas, mientras el ala derecha de la burguesía defiende a Merkel y Jung.
Ingo NIEBEL Historiador y periodista
La última matanza de civiles en un bombardeo de la OTAN, con al menos 125 muertos y al menos 70 de ellos no combatientes, está centrando la campaña electoral y puede tener importantes repercusiones de cara a los comicios generales del 27 de setiembre en Alemania.
Este fin de semana Alemania ha entrado en la fase caliente de su campaña electoral, que culminará en los comicios generales el 27 de septiembre. El reciente bombardeo aéreo en Afganistán, que se saldó con unos 125 muertos y que fue ordenado por un mando militar alemán, ha subido la temperatura del debate político sobre la presencia de soldados alemanes en las montañas del Hindu Kush. Además de su impacto en la política interior, este suceso conlleva también serias consecuencias para la política exterior de Berlín, que ha recibido duras críticas por parte de sus aliados estadounidenses y franceses.
Para apaciguar los ánimos dentro y fuera de Alemania, la canciller alemana Angela Merkel (CDU) comparecerá hoy en Parlamento para explicar la posición del Ejecutivo que lidera. Su ministro de Defensa, Franz Josef Jung, se reunirá con los representantes de los demás partidos políticos dentro de la comisión parlamentaria para Asuntos Militares.
Hasta el momento las críticas centran en el jefe político de las Fuerzas Armadas alemanas, que durante todo el fin de semana justificó el ataque diciendo que se dirigía exclusivamente contra combatientes talibán. Negó la existencia de víctimas civiles y respaldó las decisiones tomadas por el coronel del contingente alemán, que controla la zona de Kunduz, en el norte de Afganistán.
Según la versión alemana, la insurgencia afgana secuestró dos camiones cisterna para convertirlos en camiones bomba que iban a ser utilizados en un ataque contra el destacamento alemán. El mando militar confió en las noticias de un informador y solicitó la intervención de cazas estadounidenses, que lanzaron dos bombas de 250 kilogramos cada una sobre el lugar donde los dos camiones se encontraban atascados en el barro.
Jung aseguró que en la explosión murieron 56 insurgentes. Modificó su posición sólo cuando la propia OTAN admitió el domingo que, según sus cálculos, habían muerto 125 personas, entre ellas por lo menos una veintena de no combatientes. La ONG Observatorio de Derechos de Afganistán (ARM) habla ahora de al menos 70 víctimas civiles. Esta cifra procede de las entrevistas mantenidas con una docena de vecinos de la zona.
En Alemania, el debate se centra en la política de comunicación de Jung y en si había razones militares, o no, que justificaran el ataque. Sólo el partido socialista Die Linke (La Izquierda) sigue exigiendo la retirada de las tropas. Es la única formación política que en 2001 se opuso a la participación alemana en la guerra de Afganistán. Merkel y socio de coalición, el ministro de Asuntos Exteriores, Frank Walter Steinmeier (SPD), abogan por una «rápida investigación» del asunto.
Dado que fueron los socialdemócratas los que junto con los Verdes enviaron las primeras tropas a Afganistán, el SPD ataca al ministro de Defensa por su gestión del suceso, pero evita profundizar el tema. Los Verdes, por contra, intentan sacar ventaja política del asunto. El vicepresidente del grupo parlamentario verde, Jürgen Trittin, que fue ministro en el gabinete que acordó la intervención militar en Afganistán, dijo: «la canciller Merkel tiene que asumir la responsabilidad de este fatal procedimiento».
Mientras tanto, el ala derecha de la burguesía alemana ha salido en defensa de la canciller y del ministro. En la página digitales del diario conservador «Welt» ayer publicó el comentario «Los alemanes deberían estar orgullosos de sus soldados». El rotativo defiende a los militares en base a razones de táctica en el ataque y culpa, más o menos, a las víctimas de su destino por haber estado en el el lugar erróneo en el momento equivocado.
Detrás del rifirrafe entre alemanes se esconde también un desacuerdo profundo entre Berlín, por un lado, y Londres y Washington, por otro, en relación a la estrategia de la guerra. El Gobierno alemán se niega a incrementar el contingente de sus 4.200 soldados desplegados en territorio afgano y, además, piensa que Estados Unidos y Gran Bretaña deberían aplicar la política del palo y la zanahoria en la lucha contra la resistencia talibán.
El Pentágono mostró su desacuerdo con los planteamientos alemanes enviando 300 tropas especiales a la zona germana para «cazar talibán», informó la prensa alemana antes del bombardeo. Este envío se llevó a cabo sin previo aviso y sabiendo que los alemanes se habían quejado anteriormente de los «daños colaterales» que las Fuerzas Especiales suelen producir con cierta frecuencia.
Esta marejada de fondo explica también por qué el comandante en jefe de las tropas de EEUU y de la OTAN en Afganistán, el general estadounidense Stanley McChrystal, criticó duramente la actitud del coronel alemán en Kunduz. El jefe militar justificó sus críticas en que había prometido que la protección de los civiles sería el eje central de su nueva estrategia. Obviamente, la masacre de Kunduz no es compatible con este objetivo, pero el empleo de una tropa especializada en acciones de comando y en no tomar presos, como son las Fuerzas Especiales, tampoco lo es.
Habrá que ver ahora en qué medida la guerra de Afganistán se convierte en un tema con una repercusión importante en la campaña electoral alemana.