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Alizia STÜRTZE I Historiadora

Libertad duradera

El 13 de setiempre de 1936, era domingo como hoy, y las tropas franquistas, tras entrar en una Donostia casi desierta, en lugar de ir a misa como era su santa obligación, iniciaban su sangriento camino de represión, detenciones y ejecuciones masivas. Lo llamaron «la liberación de San Sebastián». Hoy, 13 de setiembre de 2009, 73 años más tarde, es domingo de regatas, la Parte Vieja está repleta, y en Donostia y el resto de Euskal Herria, nos encontramos en plena y democrática «operación libertad duradera» (versión española). Mientras el Ayuntamiento del PSOE sigue sin reconocer con nombre de calle ni placa alguna a los casi 400 fusilados donostiarras por el régimen durante los meses siguientes a la ocupación, lleva años dificultando cuando no persiguiendo toda expresión de fiesta popular. A su obsesión por cargarse los exitosos «Porrontxos» de Egia me remito.

Intentemos desgranar brevemente lo que se esconde y lo que acarrea la «operación libertad duradera» contra Afganistán, y su posible relación con la actual situación en Euskal Herria. Dicho en otras palabras, veamos si (salvando, claro está, las distancias), el Estado españolista está aplicando contra el independentismo vasco el mismo esquema antidemocrático, ideológico, represivo y erróneo que, en nombre de la «lucha contra el terror» y de la seguridad global, ha ido desarrollando el imperio yanki. Veamos también las contradicciones que todo ello les supone.

Esta misma semana, tras la nueva sangría de civiles afganos por parte alemana, la española ministra de Defensa Carme Chacón, al tiempo que reclamaba el envío de 200 soldados más a Afganistán, repetía, sin rubor alguno, que la tal «operación libertad duradera» (que Bush primero bautizó como «operación justicia infinita»), es decir, los ocho años de ocupación de Afganistán, los centenares de miles de muertos civiles, las hambrunas, la práctica indiscriminada de la tortura, la escandalosa corrupción, el odio generado contra la ocupación extranjera, la consiguiente desestabilización de Pakistán y la oleada de leyes antidemocráticas y securitarias que han contaminado todos los continentes, estaban justificados por unos motivos que, como ocurrió en Irak, no han podido demostrar; en este caso, que el país asiático fuera el santuario de Bin Laden y Al Qaeda, por lo que la intervención era necesaria para destruirlos a ellos y a sus aliados extremistas, como les llama el jefe de las fuerzas estadounidenses, general McChrystal.

Una analiza las palabras de Chacón o las de McChrystal en torno al tema, y las compara con las del ministro del Interior Rubalcaba o con los incansables mensajes mediáticos sobre la eliminación de los «radicales» abertzales, y les encuentra un indudable paralelismo. Y es que no cabe duda de que el discurso y la práctica generados tras el 11-S han sido y están siendo de gran utilidad para estados con problemas internos, sean estos de tipo independentista o social. La «estrategia global» es el paraguas perfecto para justificar la cada vez más patente fascistización del Estado españolista en nombre de la democracia. Se trata de la «guerra justa», que todo lo justifica.

De todos modos, y como es lógico, una potencia como EE.UU. tiene sectores divergentes (en parte), y su posición actual no quita para que parte del establishment de su política exterior (incluida la ONU) sea contraria a la escalada militar actual, y prefiera buscar la colaboración internacional para estabilizar Afganistán; colaboración que incluiría a Irán e incluso a todos los sectores insurgentes afganos, de cara a negociar el fin del conflicto. Esta disposición pública a sustituir la fuerza bruta por la diplomacia y la negociación no parece haber contagiado, de momento, a ese aparato español que con tanto fervor aplica en Euskal Herria su adaptación particular de la «operación justicia infinita» de Bush, de los neocons y del lobby israelí, y ha metido el conflicto vasco en un callejón sin salida. Sin embargo, es de esperar que en el Estado españolista haya también sectores que estén a favor de la única salida posible y justa para Eukal Herria: la salida negociada de cara a avanzar en la configuración de un marco auténticamente democrático.

Columnistas del Times o del Washington Post o la propia revista Time consideran que la OTAN está perdiendo la guerra, que los talibanes controlan ya el 80% del territorio, que la victoria militar es imposible, que se están empantanando como les ocurrió en Vietnam, y que conviene tener en cuenta lo que dice el manual de contrainsurgencia del ejército USA: «El insurgente gana si no pierde, mientras que el contrainsurgente pierde si no gana». Sin embargo, Obama ha enfocado su política exterior intensificando el esfuerzo militar en ese país, y lo propio van a hacer sus demás socios (aunque coyunturalmente les perjudique, como a Angela Merkel, en campaña electoral). En plena crisis económica interna, Obama prefiere mantener el sangrante sufrimiento y el enorme gasto militar. Según «El Mundo», en 2009 llevan gastados 42.000 millones de euros, sólo en gastos propiamente militares. Aunque sobre esto no dan dato ninguno, el gasto del Estado español en su «lucha contra el terrorismo vasco» tiene que ser ingente y aparentemente insostenible para unas arcas tan maltrechas por la crisis: policías de todo tipo, equipamientos de última generación, vigilancia, escuchas, guardas de seguridad, guardaespaldas, seguimientos, operativos como el de Mallorca... Como dice el analista militar norteamericano A. Cordesman, «follow the money», es decir, «sigue la pista del dinero». Lo dice con respecto a los intereses económicos que se ocultan tras el mantenimiento de guerras como la de Afganistán, que tienen que ver no sólo con la industria armamentística, el petróleo, el cobre y demás, sino con los millones que se mueven tras la «reconstrucción» del desolado país. Con respecto al Estado españolista, conocidos son algunos nombres de propietarios de empresas de seguridad y de equipamientos represivos de todo tipo, claramente interesados en el mantenimiento del conflicto vasco. «Follow the money».

No deja de ser curioso que sea precisamente «El Mundo», cuya línea editorial antivasca todos conocemos, quien publique la pregunta que se hacen muchos estadounidenses: «¿Se imaginan lo qué podríamos hacer con los 160.000 millones de euros que se llevan gastados tras la invasión de Afganistán en 2001?». Constituye un verdadero misterio que ni Pedro J. ni otros muchos influyentes personajes apliquen la misma pregunta en relación con el dineral público empleado contra la izquierda independentista.

Hablando de fraudes y de corrupción electorales, la semejanza entre el caso afgano y el caso vasco es evidente. Occidente ha promovido en el país asiático unas elecciones que ha llamado «democráticas», a sabiendas de que iba a haber falsificación y duplicidad de votos, venta de tarjetas electorales y soborno e intimidación de votantes en las zonas bajo control EEUU/OTAN, y que, por tanto, el resultado no iba a ser creíble y el nuevo gobierno iba a carecer de legitimidad; más aún, teniendo en cuenta que su candidato preferido, Karzai, es el más corrupto entre los corruptos y le apoyan toda una serie de auténticos criminales de guerra. En Euskal Herria, son varias ya las elecciones realizadas de modo totalmente fraudulento. Basándose en la fascista Ley de Partidos, han desfigurado falazmente el mapa político vasco y burlado de modo mafioso el sentir popular. Por ello, resulta contradictorio y difícil de entender que todos esos políticos, periodistas y tertulianos que claman al cielo ante el fraude masivo en las elecciones presidenciales afganas, sean incapaces de pensar que el fraude masivo es justamente lo que están defendiendo para Euskal Herria.

Los gobernantes occidentales, esos que van por ahí vendiendo lecciones de democracia, conocen perfectamente que el sentir mayoritario es contrario a la participación de sus respectivos países en la guerra de Afganistán. En EE.UU., Alemania, Francia y Gran Bretaña, por ejemplo, un alto porcentaje está por el fin inmediato de las misiones militares en suelo afgano y la retirada de sus contingentes. Eso es lo que dicen las encuestas, pero el miedo que el poder tiene a la voluntad popular le impide realizar, como debería, un referéndum sobre tema tan importante. Al gobierno de Madrid y al de Gasteiz les ocurre lo mismo: tienen terror a la democracia. De lo contrario, no prohibirían la consulta popular independentista de Arenys de Munt, ni las que varios pueblos vascos han intentado hacer en torno al TAV, ni, por supuesto, evitarían por todos los medios el preguntarnos a los vascos en referéndum si queremos que el Estado se implique en una negociación política que dé una solución pacífica y democrática al conflicto.

Hoy, 13 de setiembre de 2009, domingo de regatas en Donostia, tras un largo verano de prohibiciones y de represión, y al día siguiente de la impresionante manifestación convocada por Etxerat por el respeto a los derechos de los presos políticos vascos, volvemos a insistir en lo obvio: que, tanto en Afganistán como en Euskal Herria, en democracia, los conflictos se arreglan dialogando. Y, si no lo tienen claro, que nos pregunten.

Por cierto, que hace 23 años, Euskal Herria dijo no al vergonzoso referéndum montado por Felipe González para meter al Estado español en la OTAN.

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