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ANÁLISIS I Contactos Ankara-Diyarbakir

Dinámicas en acción a la sombra de Kemal Atatürk

El establecimiento de contactos entre Ankara y Diyarbakir de cara a una posible negociación para buscar una salida al conflicto se ha topado una vez más con la beligerancia del Ejército turco, que ha subrayado su oposición frontal a cualquier diálogo, hacia el pueblo kurdo.

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Karlos ZURUTUZA I Periodista y miembro de Bîhar (Asociación para la Colaboración entre Euskal Herria y Kurdistán)

Las declaraciones hechas recientemente por el máximo responsable del Ejército turco han caído como un puñetazo sobre la mesa de negociaciones entre Ankara-Diyarbakir. Y eso sin haberse sentado todavía sus interlocutores; sin haberse hecho pública siquiera la «hoja de ruta» de Ocalan. El general Ilker Basbug parafraseaba a Kemal Atatürk, recordándole al pueblo los ubicuos mensajes escritos sobre piedras pintadas en las montañas de Kurdistán Norte: Vatan bölümez (La patria es indivisible) y Nemutlu türküm diyene (Dichoso aquel que se dice a sí mismo turco). Pues eso.

Y es que a Basbug no le ha gustado nada que Erdogan se reúna con Ahmed Türk, el líder del DTP, y luego con los columnistas de mayor renombre del país. Ni tampoco que esos mismos columnistas empiecen a utilizar «Kurdistán», ese topónimo «maldito», si no en titulares, sí entre líneas. Y nunca mejor dicho. Y es que el empleo de palabras tabú se estaba multiplicando de forma exponencial en Anatolia: «situación de estancamiento», «cansancio del Ejército», «diálogo»... Todo en aras a preparar a una opinión pública que ha mamado el desprecio hacia el pueblo kurdo ya desde la escuela.

Pero lo que más habrá molestado al «generalísimo» turco es que hasta el mismísimo Kenan Evren hablara de la necesidad de dialogar con los kurdos. Y recordemos que el señor Evren es, ni más ni menos, uno de los artífices y ejecutores del golpe de Estado de 1980...¡Hasta aquí podíamos llegar!

La verdad es que nadie puede acusar a los militares turcos de «dejación» en el desempeño de su labor contra el maquis kurdo: durante los últimos 25 años han utilizado artillería pesada desde tierra, y más ligera desde los helicópteros Cobra; han bombardeado desde cazabombarderos F16 con material tanto «convencional» como químico, y han contado con el apoyo de Washington y Teherán siempre que las famosas «operaciones transfronterizas» así lo requerían. Ni por ésas. Pero Basbug, impasible el ademán, promete «seguir combatiendo hasta la victoria».

La beligerancia militar hacia el pueblo kurdo pasa a un segundo plano para el turco de a pie cuando éste recuerda que su propio Ejército ya ha dado cuatro golpes de Estado en los últimos 50 años, amén de un sinfín de «llamadas de atención» al Ejecutivo. La última, en abril de 2007, cuando los militares conminaron a «los lobos disfrazados de ovejas» (el AKP en el poder) a deponer sus intenciones de alterar la secularidad de la República Kemalista. Dicho y hecho.

Erdogan contempla ahora impotente cómo se empiezan a desvanecer las posibilidades de pasar a la historia como el «dirigente que solucionó la cuestión kurda», sobre todo en un momento en el que Turquía parece, o parecía, destinada a convertirse en custodio del suministro de gas hacia Europa. Hablamos de Nabucco, un gaseoducto que ha de llevar el gas del Caspio hasta Austria a través de Anatolia y los Balcanes. Al margen del incuestionable beneficio económico para Turquía, dicha infraestructura abriría presumiblemente un nuevo capítulo en las relaciones Bruselas-Ankara. Pero un estudio reciente ha puesto en entredicho la capacidad de Bakú y Teherán de suministrar el gas suficiente, por lo que ahora no queda más remedio que recurrir a las del sureste, a las kurdas; las de Kirkuk, entre otras.

Así las cosas, es difícil no preguntarse cuál es el peso real de Nabucco sobre el reciente y repentino deseo de Erdogan y compañía de hablar con «sus» kurdos. Construir un gaseoducto bajo el fuego cruzado de Mesopotamia es, literalmente, demasiado explosivo.

Sea como fuere, el tiempo no juega a favor de un proceso que se antoja largo, pero que no acaba de arrancar. Si Erdogan quiere enfrentarse a las elecciones de 2011 con garantías de éxito, tendrá que hacerlo con los deberes hechos, es decir, con un proceso en marcha cuyos resultados sean visibles y positivos a los ojos de su electorado. Una negociación con un pueblo que ha sido demonizado durante décadas necesariamente ha de pasar por decisiones impopulares (estatus de Ocalan, amnistía para el PKK, retorno de refugiados...), patatas calientes que harán temblar las urnas si se manejan en vísperas electorales.

Por el momento, el Ejército sigue siendo la institución más valorada en Turquía, y cabe de suponer que el puñetazo de Basbug en la mesa vuelva a endurecer el discurso del opositor nacionalista CHP que, hasta el momento, se mostraba más o menos prudente.

Semanas antes de que el teléfono rojo entre los militares y Ankara volviera a sonar, un columnista turco describía así las negociaciones en ciernes entre Ankara y Diyarbakir: «Parece que ambas partes están caminando en la misma carretera pero en sus lados opuestos. Las dinámicas que les pueden llevar a tomar caminos distintos son aún muy poderosas».

Pues parece que las dinámicas empiezan a actuar por lo que, o se empieza hablar ya, o se calla hasta dentro de dos años. Como poco.

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