Siento especial predilección por una antigua fotografía de antepasados familiares. Una imagen que el tiempo ha virado a sepia, en la que lo menos importante de todo eran aspectos técnicos como el fondo, el ángulo o el encuadre. Allí están tres generaciones de mi familia materna, con rostros serios, txapela y ropas de domingo, cuellos solemnes, hombros erguidos y la mirada fija a cámara como correspondía a 1940, cuando hacerse una foto era un acontecimiento excepcional. La primera página de un periódico de esta semana me ha hecho recordarla. «El Mundo» mostraba en su portada una imagen de otra familia: Alfonso Guerra, Leire Pajín y Bibiana Aido, con el puño en alto, y Zapatero en el centro. Era la foto deseada por el diario y, como no la tenía, unió dos fotografías de agencia, del mismo acto, y las fusionó. Reuters lo ha denunciado como un acto de manipulación informativa. Y tiene toda la razón. Aunque el hecho sucediera, ese instante, que aparece reflejado como real, nunca existió. Al igual que ésta, la imagen antigua del caserío también fue manipulada. Colocada en la fila trasera, de entre los personajes surge una cara envuelta en un flou fantasmagórico. Ella nunca estuvo allí, sino en el convento de clausura en el que una vez entró y no volvió a salir. Ambas son fotos trucadas para lograr la imagen deseada. Pero la motivación y el engaño que interviene en una y otra difieren tanto que estoy más dispuesta a defender que la monja escapó un buen día para reunirse con su familia y estar en la instantánea que lo que algunos medios de comunicación me puedan querer contar hoy. Atrás quedaron los tiempos en que los fotógrafos de prensa podían jactarse de que ninguna foto puede ser desmentida.