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Antonio Alvarez-Solís periodista

Un profesor socialista habla de terrorismo

Mediante las interesantes reflexiones que el profesor Ángel De Sola, «socialista de la vieja observancia», escribió en el libro «Socialismo y delincuencia», Alvarez-Solís evoca «en entristecida memoria» lo que se esperaba de la intervención de los socialistas en el llamado Estado de Derecho y ofrece su no menos interesante opinión al respecto.

El libro se publicó en 1979 bajo el título «Socialismo y delincuencia». Su autor, Ángel de Sola Dueñas, era y es, seguramente, un socialista de la vieja observancia, es decir, de formación marxista. De ese marxismo que Felipe González desterró oficialmente del PSOE a fin de convertir el partido en una herramienta de poder personal y limitada en su uso a la minoría de acólitos que le siguieron desde Andalucía. En cinco páginas de la obra citada el profesor De Sola hace algunas reflexiones que nos sitúan ante lo que se esperaba de la justicia socialista y de los socialistas respecto al llamado estado de Derecho. Rememoremos en entristecida memoria.

Escribe el profesor De Sola, y voy a limitarme estrictamente a sus palabras: «Una actitud política de intransigencia ante ciertas realidades sociales engendra sus propios monstruos, que luego se siente impotente de controlar si no es incrementando la represión, lo que agudiza y extiende todavía más el conflicto». El lenguaje no es desbocado como en los lenguaraces de cabeza hueca que gobiernan el presente o han gobernando poco antes. El autor emplea términos descriptivos y evita las descalificaciones burdas en el análisis de inicio. Habla de «intransigencia», de «represión», ya entonces, cuando la actitud política a la que se refiere «aparece con las características totalizadoras de una dictadura» a la que acaba de heredar la política española por medio de la transición.

Tras esta advertencia entra el profesor en materia: «El dato claramente constatable de que las organizaciones violentas más estables hayan surgido en el seno de las comunidades nacionales oprimidas, y precisamente por ello con una conciencia colectiva más sensible y apta para la resistencia, sirve para explicar en un primer nivel la base social de cierta lucha armada (la cursiva es del autor). La privatización de vías para la acción política y la represión de cualquier intento de reconstrucción de la propia identidad conducen a una escalada de aquella resistencia, cuya máxima expresión es la lucha armada que, aunque llevada por una vanguardia, para consolidarse cuenta con el apoyo moral, e incluso material, de sectores de la población». Y prosigue el autor: «No cabe confundir con él (se refiere al terrorismo) otras posturas radicales pero que se integran en el proceso democrático, porque impedir coactivamente su libre expresión resta elementos de juicio para la formación de la voluntad personal. La democracia exige racionalidad en el debate y no el enmudecimiento del adversario».

¿Algo más que añadir? Pues sí, algo mas, también en la pluma del lúcido profesor, al parecer arrojado al pozo del olvido por los socialistas a la violeta: «La inercia de la dictadura ha mantenido unos hábitos en las actuaciones de prevención y represión de la lucha armada, en la línea de lo que se ha llamado `terrorismo de Estado', que difícilmente legitiman los fines últimos de pacificación social, hurgan en las heridas de la memoria popular y no neutralizan, sino que avivan, las motivaciones de los insertos en la dialéctica violenta».

El profesor resume, finalmente: «La respuesta directa a los hechos concretos que siguen produciéndose habrá de quedar centrada en el marco estricto del Estado de derecho, pues el recurso a medidas extraordinarias que lo desborden es más perjudicial, a la larga, de lo que éxitos momentáneos -más o menos espectaculares- pudieran hacer creer. Las acusaciones de `debilidad' que esgrimen los sectores nostálgicos del antiguo régimen no se complementan con la aportación de soluciones más idóneas -durante `su' época la lucha armada fue particularmente aguda- sino que atacan las bases mismas del Estado de derecho».

Hasta aquí el razonante y razonable profesor De Sola. Hay que incidir sobre todo, tras transcribir lo que antecede, en la referencia a la maduración de una sociedad pretendidamente democrática, que ha de acontecer mediante el concurso de toda suerte de argumentaciones sin poner sobre algunas el zapatón judicial y la decisión disolvente de los aparatos estatales, convertido todo en un monólogo aterrador frente a la calle. Reducir con evidente y persecutoria brutalidad intelectual y material expresiones caracterizadas por sus procedimientos violentos en nombre de la paz y la libertad anulan la posibilidad de esa posible paz y de esa proclama libertad. Un pueblo es una unidad de emociones y sentimientos y solamente él puede depurar sus mecánicas internas de convivencia. No vale que gobiernos quislings importen decisiones y medios del exterior y, mucho menos, que se opere con esas decisiones y esos medios proclamándolos de sustancia y carácter vascos. Poco a poco la mancha de la irritación por la política persecutoria, que se convierte en indeleble y contamina de rencor y posiblemente odio, embadurna la vida colectiva y produce la escisión de la masa social en dos entidades esencial y étnicamente diferentes y encontradas: la identidad vasca, es decir, de aquellos que han heredado una vasquidad antigua y significativa, y la identidad de quienes, al proceder con violencia sobre la población sometida a su represión, desvelan algo tan oscuro como el ansia de sobreponerse a una nación a la que ellos o sus antecesores inmediatos han llegado desde lugares menos gratos para la vida. Normalmente en la profundidad del ser se produce, en estas circunstancias, una reacción de victoria no sólo sobre el receptor, sino sobre una absurda sensación propia de injerto automalogrado. Es como decir a quien nos ha recibido que la propiedad de su historia ha de rendirse por fin al poder que se creía postergado en la vida social y política. De ello me hablaba en cierta ocasión una señora a la que aprecio y que ocupa en la vida vasca una situación relevante en estos momentos. Llegada la ocasión de ejercer sin más el poder -aunque sea con retorcimientos tan groseros como los acontecidos en una sinuosa maniobra en el seno parlamentario-, las oscuras fontanas de las que brotan nuestras aceptaciones o nuestros rechazos abren las compuertas para instalar en la acción consciente estas liberaciones que solamente expresan déficits enfermizos en quienes creen redimir algo parecido a un absurdo pecado original que les atormenta.

La construcción de un futuro que albergue a tan distintas naciones como hoy se confunden y padecen en el seno de estados entregados a una determinada clase económica o nacional no se puede lograr siguiendo los procedimientos de épocas en que la invasión significaba la anulación de una personalidad derrotada por la personalidad triunfante. La democracia futura, porque hay tantas democracias como anhelos colectivos existan, ha de girar ciento ochenta grados hasta situarse en el polo opuesto a las realidades estatales presentes. No se puede seguir creyendo que los estados son entes neutralmente instrumentales para alojar cualquiera de las posibilidades que existen bajo la piel exterior de la sociedad. Los estados no son neutrales, sino que tienen un propietario y la justicia y la paz, que son parteras de la libertad, exigen que el cambio de propietarios se realice sin represiones ni falsas dogmatizaciones. Si no es así, las violencias se multiplicarán en nuestra época. Ni la economía admite ya como regla generadora la plusvalía capitalista ni las naciones soportan la plusvalía moral que detraen los estados de las naciones a las que oprimen.

Una pregunta final: ¿A dónde han ido a parar los socialistas como el profesor De Sola? El PSOE está repleto de socialistas decapitados.

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