Análisis | Crisis en la Unión Europea
La consecuencia lógica de una UE atascada y desorientada
José Manuel Durao Barroso es el primer presidente de la Comisión Europea que repite mandato desde Jacques Delors, aunque ni sus perfiles ni el momento de la integración europea admiten comparación alguna. Eran otros tiempos. Éstos son de absoluta zozobra.
Josu JUARISTI
Un rápido vistazo a las ediciones digitales de los principales medios anglosajones daba ayer una idea bastante aproximada de la dimensión internacional que tuvo la reelección de Durao Barroso al frente de la Comisión Europea: muy pequeña, nula en muchos casos. Para el conjunto de la Unión Europea, en cambio, parecía tratarse de una cuestión fundamental, como si su futuro dependiera de la votación de ayer. Y nada más lejos de la realidad. Pero la UE está tan atascada que cualquier trámite es presentado como si de un logro trascendental se tratara. Y lo que aconteció ayer fue un mero trámite, no un augurio de que las cosas mejoran para el entramado institucional de la Unión (todo lo contrario, probablemente). Para defender esta afirmación, planteemos en primer lugar un par de obviedades:
La reelección de Barroso es la consecuencia lógica de las elecciones europeas. En junio ganó la derecha; es más, reforzó su mayoría en la Cámara, así que al Partido Popular Europeo le bastaba con ganarse a los liberales de Verhosftadt y cuatro más para asegurar la victoria. Además, la socialdemocracia, como principal grupo opositor, da risa: el PSOE, por ejemplo, votó a favor de Barroso. Y la verdad es que los liberales han armado mucho ruido pero, como se preveía, han votado a favor sin haber recibido prácticamente nada a cambio (en espera del reparto de carteras en el colegio de comisarios).
Barroso es un perfecto camaleón. Se podría decir lo mismo con otras palabras, pero así lo han definido muchos. Su capacidad de mimetizarse con el medio -prácticamente cualquier medio- es ciertamente sorprendente. Que Merkel y Sarkozy le piden esto, pues él hace público un documento diciendo lo que le piden, casi textualmente; que los socialdemócratas le piden más discurso social, habla y no calla de la Europa social y les promete un comisario europeo sobre Asuntos Sociales; que los Verdes quieren otro sobre Cambio Climático, pues lo mismo; y otro tanto para los liberales en el ámbito de los derechos fundamentales. Sin el menor rubor, enfadándose lo justo en la escenificación del cargo, todo por mantener el poder y no dar más excusas a los grandes estados para desembarazarse de él. Porque lo cierto es que la elección de Barroso no convence a nadie, ni tan siquiera a los tres «grandes» (los únicos, de hecho, en esta Unión -Alemania, Estado francés y Gran Bretaña-). Merkel, Sarkozy y compañía, incluida la Presidencia sueca, han bromeado muchas veces sobre lo pesado que es Barroso con sus constantes llamadas de teléfono o su impúdico afán por adaptarse a lo que le piden para seguir donde está.
Pero, si nadie deseaba realmente a Barroso, ¿por qué lo eligieron de nuevo? Porque, ahora mismo, les viene bien un presidente de la Comisión débil y un colegio de comisarios que se limite a la gestión, sin capacidad de iniciativa. Y, además, porque la oposición ha sido incapaz de consensuar una alternativa, a pesar de que en junio Barroso no tenía asegurada una mayoría suficiente, los estados no lo tenían claro y había margen para forzar la situación. Pero en la actual UE, desorientada y atascada en espera de lo que decidan los irlandeses, nadie quiere agitar ningún avispero porque teme que cualquier movimiento brusco pueda hacer estallar la crisis institucional latente. De ahí que los estados presionarán a sus diputados para ratificar a un Barroso que encaja perfectamente en esta Unión.
¿Y ahora qué? Todos aguantarán la respiración en espera del voto irlandés (la designación y aprobación de los comisarios llegará tras el referéndum). Si Lisboa es aprobado, la derecha exigirá también la presidencia del Consejo Europeo, y a los socialdemócratas les quedará el puesto del ministro de Asuntos Exteriores.