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Joxean Agirre Agirre Sociólogo

Borraremos vuestros nombres

El propósito anunciado en 1937 por el entonces gobernador civil de Gipuzkoa de hacer desaparecer a quienes no aceptasen de buen grado el régimen franquista sigue vigente, según Agirre, en actitudes como la del alcalde de Donostia y su equipo, entre otros muchos, quienes limitan su voluntad de reparación a las víctimas de ETA mientras olvidan a las demás.

Reconozco que el sábado pasado, en el acto convocado por la asociación donostiarra Víctimas del Genocidio, sentí un escalofrío en la espalda cuando escuché, por boca de Iñaki Egaña, las declaraciones hechas en 1937 por Ramón Sierra Bustamante, gobernador civil de Gipuzkoa. Las hizo en «El Diario Vasco», del que fue director, como otros muchos reconocidos fascistas, y decían textualmente: «Borraremos vuestros nombres, que serán malditos por generaciones de generaciones. Desterraremos al maestro que, en los mapas, marcaba con una raya verde ese artificio de Euzkadi. Desterraremos al sacerdote que se negaba a celebrar las fiestas tradicionales del Pilar y de Santiago. Desterraremos al boticario que dentro de la botica tenía un poco de conspiración contra España; cuando no fusilaremos a los principales responsables de esta locura y de esta mancha de la más negra ingratitud que cubre el mapa de la tierra vascongada».

El escalofrío obedecía a varias razones. La primera -evidente- por el propósito expresado y metódicamente cumplido de aquella amenaza; la segunda, por su actualidad. Estábamos a menos de cien metros de la casa consistorial donostiarra y no vi a ningún representante municipal en aquel sencillo homenaje. Es más, en los treinta y cuatro años transcurridos desde la muerte de Franco, ninguna corporación, ningún alcalde, han reparado de forma pública y suficientemente clara a las víctimas de aquel genocidio. Las cifras de la represión tras la ocupación de Donostia, en septiembre de 1936, ilustran una responsabilidad política sostenida de todos los mandatarios designados por la dictadura que sería calificada como criminal de lesa humanidad en cualquier corte internacional. De los 35.000 habitantes que quedaban cuando entraron las tropas fascistas, 385 fueron fusilados, es decir, pasaron por las armas y enterraron como bultos sin nombre a más de un 1% de la población. Además, otros 17 donostiarras perdieron la vida en los bombardeos anteriores sobre la ciudad, 418 en el campo de batalla y otros 21 en los campos de exterminio nazis de Mathausen y Dachau.

Entre los muertos había, sobre todo, gente sencilla, víctima de envidias, delaciones interesadas, odio sectario y prejuicios ideológicos. También había empleados municipales, pero Odón Elorza y sus antecesores jamás han tenido a bien plasmar su recuerdo en un acta u homenaje interno. El olvido fue el lubricante con el que se engrasó el gran fraude político que los llevó a la alcaldía, de modo que han guardado todas sus ansias de evocación y reparación para las víctimas de ETA. Incluso Tomás Alba, concejal electo en Donostia por Herri Batasuna, ha sido relegado a una placa sin brillo ubicada con desgana en un rincón invisible del Ayuntamiento. El próximo 28 de septiembre habrán transcurrido treinta años desde que el Batallón Vasco Español lo asesinó en Astigarraga, y ninguna reseña municipal indica que prevean rendirle homenaje, a pesar de que Tomás y Odón llegaron a ser compañeros de corporación.

Por aquellos años, el joven Elorza era habitual en las noches de Drugstore y Zorongo, acompañado de otros belicosos militantes de las Juventudes Socialistas. También se destacaba por exhibir chulería y una afilada punta de paraguas en las escaramuzas que, ocasionalmente, enfrentaban a manifestantes abertzales y defensores del galoso González. Él llevaba las espaldas bien cubiertas para entonces, ya que aquella altanería solía venir respaldada por antidisturbios de la Policía Nacional. Hay que reconocer que, con el paso de los años, ha ido mitigando sus gestos y actitudes. Hoy modula la voz, sonríe incluso cuando el dolor de muelas le lleva a mal traer, y se ha rodeado de un equipo municipal que nada tiene que ver con la cuadrilla de requetés que colgó la enseña nacional en los balcones de la Diputación el 13 de septiembre de 1936.

Pero comparte con los fascistas la determinación de borrar a muchos donostiarras de la faz de la tierra. Pretende relegarnos a aquellos espacios a los que la luz natural, la mirada de la gente y la variada gama de los derechos civiles no alcanzan. Al igual que ocurre en numerosos ayuntamientos, Elorza ostenta la Alcaldía a costa del ostracismo de miles de sus conciudadanos que, habiendo dado su voto a la opción política que representaba a la izquierda abertzale, vieron convertida su papeleta en pajarita de papel. Como el boticario, su culpa era conspirar contra España.

Toda la parafernalia institucional dirigida a convertir Donostia en capital europea de la cultura en 2016, en dotarse de un Jardín de la Memoria que, recordando sólo a unas víctimas, blanquee con cal viva a decenas de donostiarras muertos por la represión hasta hacer desaparecer sus nombres es parte de la tarea de estos próceres de la democracia para pervertir el lenguaje universal de la paz. Como al maestro díscolo, nos borran la raya verde sobre la que trazamos nuestro artificio de ciudad y de nación. En la pasada Semana Grande no faltaron las declaraciones estivales de Odón Elorza, en el sentido de que las movilizaciones «le aburren» y están de sobra. En la capital cultural a la que aspira para el año 2016 no encajan los familiares de presos marchando por la ciudad con las fotos de sus allegados. El recuerdo y la reivindicación sólo tienen cabida en las salas de urgencia de los hospitales y en los calabozos de la comisaría del Antiguo. No corren tiempos propicios para fusilar al estilo falangista, pero las cargas policiales por toda la ciudad han quemado este año casi tanta pólvora como el Concurso de Fuegos Artificiales. Mientras la policía de Ares soterraba nuestra presencia pública, Odón, su fiel escudero, Denis Itxaso, los apoyos externos a su gestión, encarnados por Ainhoa Beola y Duñike Agirrezabalaga, se comían un helado sin inmutarse.

Docentes y purificadores todos ellos, también el concejal de Cultura de esta corporación, Denis Itxaso, lleva semanas haciendo ímprobos esfuerzos para cargarse las fiestas del barrio de Egia, Porrontxo Jaiak. Retención de subvenciones, privación de Gladys Enea, nuestro parque, como escenario para el programa infantil, amenazas de denegación de permisos para años venideros... Es otra forma de sacar de la calle a quienes no comen dócilmente de su mano. Un modelo festivo alternativo y autogestionado es para estos políticos cuestión de orden, tan peligroso como los curas que se negaban a tocar las campanas el día de Santiago o de la Virgen del Pilar. Por eso abogan por desterrar todo aquello que no sean «unas fiestas higiénicas y que no hagan ningún tipo de enaltecimiento del terrorismo».

Estimular la reflexión compartida y sensibilizar a la sociedad en favor de la paz y los derechos humanos es la frase de cabecera de toda esta estirpe política. Con imagen avanzada, su filiación política -en cambio- está ligada a la tortura, al GAL y al ejercicio criminal de borrarnos del planeta; de hacernos desaparecer. Como han hecho con Jon Anza, vecino de Donostia. ¿En qué Jardín de la Memoria lo habéis enterrado?

P.D.- Enhorabuena, Lamarca; como muchos intuimos, lo has conseguido.

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