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La Unión Europea no se atreve a cambiar de paradigma

Es obvio que vivimos un tiempo convulso, al norte y al sur, al este y al oeste, en casa y fuera. Un tiempo de incertidumbre en el que, seguro, algunos preparan el porvenir mientras otros piensan simplemente a corto plazo. En las relaciones internacionales, deberíamos decir, pomposamente desde luego, que estamos en una fase de cambio de paradigma, de búsqueda de un modelo, patrón o prácticas que sirvan para definir tanto el tiempo que nos toca vivir como, sobre todo, el que se avecina. El cambio de paradigma tiende a ser dramático, especialmente en las ciencias, pero también en el campo de las relaciones internacionales. Esta semana ha habido algunas noticias «diferentes» en este campo, sobre todo tras la confirmación de que Estados Unidos aparca el proyecto de desplegar un escudo antimisiles en el centro de Europa, en plena Unión Europea. Ha sido realmente significativo ver cómo muchos medios europeos han interpretado el anuncio como una ruptura en toda regla del noviazgo entre EEUU y Europa Central. La UE ha sido, y es, incapaz de labrarse su propio camino en este ámbito, y la reacción al anuncio de Obama no hace sino confirmarlo.

En el caso de los temas intercontinentales de seguridad, la Unión Europea mantiene una práctica y un discurso que realmente ha variado muy poco desde la aprobación, en febrero de 1992, del Tratado de la Unión Europea (más conocido como Tratado de Maastricht). Aquel texto, que supuso una pequeña revolución (nueva arquitectura institucional, más mercado...) en el proceso de integración europeo, se refería ya a los problemas futuros que la UE tendría que solucionar con Estados Unidos, y aludía directamente al mando estadounidense de la OTAN y a la necesidad de una política de seguridad propia europea, quizás con intereses estratégicos diferentes. Hoy, igual que entonces, el mando estadounidense controla la OTAN y dirige la seguridad europea, y así seguirá siendo con escudo o sin él.

Pero, ¿que hay detrás de este nuevo impulso al debate de la seguridad y de las nuevas relaciones internacionales? ¿Por qué surge ahora, en plena crisis económica? ¿Es consecuencia de esa crisis, o pretende ocultarla? Y es que, a fin de cuentas, habría que preguntarse qué es hoy la seguridad y, en consecuencia, cuáles son los principales riesgos para los estados, por ejemplo para los europeos. Y la principal amenaza no es, desde luego, que los blindados rusos vayan a invadir Europa Central. La principal amenaza es el paro, la crisis económica y financiera, y el temor a que los ciudadanos despierten al fin de su letargo (o miedo a perder lo poco que tienen) y tomen las calles y las plazas y tumben gobiernos y sistemas. Esta posibilidad, que parecerá exagerada a muchos, forzó hace apenas seis meses a los gobiernos de la Unión Europea a crear un órgano de coordinación común ante posibles revueltas sociales en toda la Unión.

En cualquier caso, si el debate de la seguridad «clásica» se reactivara, debería partir de la premisa de que ninguno de los dos grandes bloques sirvió realmente a sus objetivos declarados. Fijémonos en la OTAN, cuya principal misión era, según aseguraban, evitar conflictos entre sus miembros (obvio) y en su área de actuación. Falló en Chipre en el primer supuesto y en los Balcanes, estrepitosamente, en el segundo. Así que la Unión Europea, incluidos sus nuevos socios centroeuropeos, que desembarcaron en la Unión con una carga antirrusa enorme que se convirtió en una fidelidad hacia la OTAN y EEUU exagerada, debería mirar a sí misma y reestructurarse a fondo. Pero para poder hacer avanzar algo es esencial saber hacia dónde se va, y ahí puede detectarse una carencia básica también en la actual UE. Y ni tan siquiera el Tratado de Lisboa (si es ratificado en Dublín, Praga...) servirá para solucionarlo. Hoy, curiosamente, en los pasillos de la Unión se habla de nuevo de salidas y alternativas acalladas desde hace una década. A muchos asusta, por ejemplo, el último movimiento del Constitucional federal alemán y, para mayor espanto, todavía habrá quien recuerde el documento elaborado en 1995 por la CDU de Kohl (padrino de Merkel), documento que, por ejemplo, dejaba al Estado español fuera de un hipotético núcleo duro teorizado para profundizar en un proceso de integración no sólo económico (como decía Delors, uno no puede enamorarse de una cosa tan árida como el mercado único).

Sea como fuere, si algo es inherente a las relaciones internacionales ésa es la política de poder. De hecho, las normas que configuran el ámbito comunitario debían haber instituido una nueva forma de dominación política (dictada, controlada y gestionada por la UE), diferente a la tradicional (es decir, la de los estados), un cambio de paradigma incluso, pero la Unión se quedó a medias y la máxima de que quien no tiene un estado que le proteja es un ciudadano pobre en derechos sigue vigente, por mucho que haya evolucionado ese objeto político no identificado que es la Unión Europea. Pero en esa evolución sigue medrando la inercia y la falta de visión, quizás porque no terminan de asimilar las enseñanzas de Thomas Kuhn, que fue quien dio sentido contemporáneo al concepto de paradigma en alusión a los valores compartidos por el trasfondo cultural de la comunidad y por el contexto histórico del momento, y quien enumeró las condiciones que facilitan un cambio: organizaciones que legitiman el paradigma, líderes que lo introducen y promueven y, curiosamente, periodismo que escribe acerca de ello y lo legitima al tiempo que lo difunde.

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