François Ozon me gustaba cuando hacía películas surrealistas, guiado por el impulso de su provocativa ópera prima «Sitcom». Títulos posteriores como «Bajo la arena» o «La piscina» conservaban su punto de misterio, de constante incertidumbre con respecto a las engañosas apariencias. Pero, poco a poco, ha ido descubriendo el hecho incontestable de que la vida acaba imponiéndose de un modo racional y objetivo. Sin embargo, Ozon es un fabulador nato y no ha nacido para ser un observador o cronista riguroso de la naturaleza humana. Se ve incapaz de narrar el ciclo natural de una mujer embarazada en «Le refuge», y se refugia, valga la redundancia, en la elipsis que acelera la percepción de las cosas. Como quiera que tuvo que escribir el guión sobre la marcha, puesto que quería trabajar con una actriz verdaderamente embarazada, para no tener que utilizar prótesis falseadoras, su ficción avanza de manera caprichosa y se resuelve echando mano de la improvisación. La sensación que queda es la de que el relato transcurre y concluye así por pura casualidad, y que todo podía haber sido diferente a fin de cuentas. El personaje de Isabelle Carré no se merecía un tratamiento tan errático, dado el sacrificio que la actriz ha hecho para mostrarse ante la cámara en su avanzado estado de gestación. Habría sido más justo seguirla de cerca en un tono documental, que se adecuara a los cambios de su aspecto físico, reflejando una experiencia que a mí, como espectador, no me llega con nitidez. La película deja demasiadas dudas en el aire, ya que la protagonista tiende a disentir de la visión idealizada que la sociedad actual tiene de la maternidad, y por eso en última instancia confiesa no sentirse preparada para cuidar de su hija recién nacida. Me desconcierta el hecho de que esa declaración la haga con cierta cobardía, sin atreverse a decirle a la cara al hombre que ha elegido como responsable del bebé cuales son sus planes. ¿Se lo deja porque no es hetero y confía en su sensibilidad gay?