Todd Graff utiliza un inteligente subterfugio para incorporar a las nuevas generaciones, más preocupadas por la fama que da el escenario que por lo que realmente ocurre sobre él, el genuino espíritu del rock. El necesario relevo generacional se produce gracias a que hay un joven protagonista que sustituye la ausencia paterna mediante una adoración por los grandes músicos del pasado, y es así cómo la narración se estructura en base al texto leído con su voz en off de las cartas que escribe a David Bowie. Esto le convierte automáticamente en el raro del instituto, lo que evidencia que hay cosas que no cambian, ya que en mi época ocurría exactamente lo mismo. Y, por supuesto, la chica en la que se fija es también la freak oficial, dado que basta que lea libros entre clases para que sus compañeros la consideren así. A su vez conoce a la chica más popular, la cual solamente se acerca a él como amiga que atraviesa por una crisis y le necesita para formar el mejor grupo de cara al concurso en el que va a desafiar a la formación de su «ex», y para ganárselo se hace la interesante y la enterada, yendo a coincidir en la necesidad de empezar buscando un sonido básico inspirado en los pioneros Velvet Underground.

Adoro a los cineastas independientes que hacen sus películas pensando en el público, y no en ellos mismos. Todd Graff borda una comedia musical de ambiente estudiantil al estilo de lo que quiso hacer Allan Arkush con los Ramones en «Rock and Roll High School», pero con resultados infinitamente superiores. «Bandslam», que así se titula la película originalmente, es una gozada de principio a fin, pues respeta todos y cada uno de los ingredientes y tópicos del género, sublimados gracias al oportuno toque creativo y la acumulación de momentos inolvidables: el primer ensayo en que destrozan el «I Want You to Want Me» de Cheap Treak, la visita al legendario local de conciertos CBGB de Nueva York o el vídeo «pop-art» de declaración de amor presentado como trabajo escolar.