Una “garita” de madera pintada de blanco y esmaltada para reflejar bien la radiación solar, con buena ventilación, con techo doble para facilitar la circulación del aire, con la puerta orientada al norte (en  nuestro hemisferio), con tejado inclinado para dejar escurrir el agua de lluvia y nieve, colocada a un metro y medio de altura, sobre un suelo de hierba, es lo que necesitaríamos según la Organización Meteorológica Mundial para estar registrando correctamente la temperatura del aire en un determinado lugar.
Los termómetros deben estar colocados en estos abrigos meteorológicos, a pesar de que la temperatura del aire es parecida tanto al sol como a la sombra (el aire no se calienta por acción directa del astro rey), para evitar que se registren temperaturas alteradas por cosas tan sencillas como las características del propio termómetro (los oscuros absorben mayor radiación), que los rayos incidan sobre los instrumentos mientras se realiza la recogida de datos, o que haya un enfriamiento adicional causado por lluvias o nevadas.
Estas normas exigen igualmente que se evite su colocación en hondonadas que puedan enmascarar las observaciones, que las casetas estén situadas en sitios llanos y libres de obstáculos, en superficies de 10x10 metros y en recintos acotados para evitar la entrada de personal ajeno.
El motivo de tanto protocolo no es otro que la necesidad de obtener registros homogéneos (comparables con los de otras estaciones meteorológicas), con los que poder hacer las previsiones diarias, así como estudios encaminados a conocer mejor el tiempo (lo que ocurre cada día) y el clima (lo que es más habitual) del lugar.