Imanol INTZIARTE I Periodista
Un revuelto de anchoas con sobaos
Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria, no se lo pasó bien en el último partido de El Sardinero. Las imágenes televisivas daban fe de su hundimiento según caían, uno tras otro, los goles del Barcelona. Lógico, a nadie le hace gracia que le den un repaso en su propia casa, aunque tras el choque declarara que le «encanta» el juego culé, al que definió como «puro arte».
Atribuiremos entonces la seriedad de su rostro al hecho de compartir palco con Joan Laporta, presidente del club azulgrana y que viene significándose en actos de carácter independentista. Revilla, que no calla ni debajo del agua, no tardó en contar a la prensa su versión de la conversación que mantuvieron antes del choque, cuando le echó en cara a Laporta ser «un radical separatista». Su interlocutor zanjó el tema con la misma solvencia con la que Puyol, Piqué, Márquez y compañía abortan las ofensivas rivales: «España está machacando a Cataluña».
Al presidente cántabro le gusta que la última palabra sea suya, así que al día siguiente se explayó a sus anchas: «Que se postule en contra de España, que diga que no es español, que pida la independencia de Cataluña, que encabece manifestaciones que sabe que son ilegales -el único que al parecer `sabe' que la marcha de la Diada es `ilegal' es él-, creo que hace un flaco servicio a esa idea que tenemos de lo que debe ser el fútbol y nada más que fútbol». No podía faltar el argumento comodín, el de «no mezclar» deporte y política, un viejo conocido en estos lares. ¡Vaya jeta! ¿Diría lo mismo si Laporta fuera un ferviente defensor de la unidad del Estado español?
Y el remate final. Según Revilla, la ideología de Laporta está haciéndole daño al Barça porque «es más que un club catalán, ya que tiene cantidad de adeptos en toda España y muchísimos en Cantabria». Va a ser por eso que el año pasado los de Guardiola `sólo' ganaron el triplete: Liga, Copa y Champions. Ahí la ha clavado el figura. Mejor si se dedica a promocionar las anchoas y los sobaos de su tierra. Salvo que no se pueda mezclar política y gastronomía, claro.