Rosa de noche
«La mujer sin piano»
Mikel INSAUSTI I
No voy a comparar «La mujer sin piano» con «Lo que sé de Lola», porque son dos películas totalmente distintas. Puede ser indicativo de que Javier Rebollo es un cineasta inquieto, dispuesto a explorar nuevos territorios con su cámara y sin importarle nunca el riesgo. En su segundo largometraje, alejado ya de la inicial influencia de la novísima ola francesa, prueba con un extraño e inclasificable cruce entre el naturalismo radical a lo Rosales y la comedia costumbrista madrileña. De hecho, la imagen de Carmen Machi es muy almodovariana y su papel es el de una maruja que utiliza su propia casa como salón de belleza, al igual que sucedía con las protagonistas de «Volver». La diferencia está en que se trata de una mujer que apenas habla y es observada en todo su quehacer cotidiano mediante un interiorismo de planos simétricos invadido por la banda sonora del ruidismo urbano. Al sufrir un constante e intenso pitido en su oído ha de poner la televisión o la radio a todo volúmen para compensar tan molesta invasión, situación que no hace sino aislarla todavía más y sumirla en una soledad que la lleva a actuar de forma errática y desorientada.
Cabe pensar que Rosa pasa la noche fuera de casa por culpa de su problema auditivo, y que, en consecuencia, es plenamente consciente de lo que está haciendo. Sin embargo, le ocurre como a los sonámbulos o los «fiesteros» a los que el instinto conduce de nuevo hasta su cama con los primeros rayos del sol. Vive una simple escapada nocturna que no le lleva a ninguna parte, pese a cargar con una maleta de viaje, seguramente porque la suya es una vida corriente que no admite grandes cambios.
El encuentro casual con el inmigrante polaco encarnado por el checo Jan Budar tampoco trasciende, ni siquiera tienen tiempo material para ir más allá de unos simples e inocentes besos vencidos por el sueño. Si la intención de Javier Rebollo ha sido la de hacer una película insignificante, sin duda ha conseguido el objetivo propuesto con creces.