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Amparo Lasheras Periodista

El futuro es viento de libertad

En setiembre los amaneceres comienzan a ser fríos, con un sol lento y débil, escondido a veces tras una niebla que parece no irse jamás. El amanecer del 27 de setiembre de 1975 fue especialmente frío y silencioso, solitario e injusto. Un amanecer escrito con el odio de un hombrecillo que durante casi cuatro décadas practicó el asesinato, la venganza, la corrupción, la opresión, la tiranía y la soberbia política con una impunidad tal que ni siquiera la historia ha tenido la fuerza suficiente para condenarle. Una vergüenza indiscutible para los artífices de esa «democracia» sui géneris que venimos padeciendo desde que este personaje, Francisco Franco, en lugar de morir en un paredón o confinado en alguna de sus miserables cárceles, murió en su cama acribillado durante semanas por médicos, agujas y tubos desparramados por su ya patético cuerpo. Sin embargo, como buen dictador y a pesar de encontrarse en ese estado, quiso poner la rúbrica definitiva a todos sus horrores ordenando los fusilamientos de dos militantes de ETA, Juan Paredes Manot Txiki y Ángel Otaegi, y tres miembros del FRAP, José Humberto Baena, Ramón García Sanz y José Luis Bravo. Hoy, 27 de setiembre, se cumplen 34 años de aquellos asesinatos que, aunque fueron los últimos ejecutados por el dictador, tuvieron su continuidad en un terrorismo de estado en cuyo contexto se deben incluir, entre otros, los sucesos del 3 de Marzo en Gasteiz o los atentados del GAL bajo el Gobierno de Felipe González.

En estos treinta años, de aquel amanecer, del valor, de la serenidad e incluso la soledad de aquellos cinco militantes se ha recordado y se ha escrito mucho. Cuando semanas después, con Franco aún vivo, escuché a Mikel Paredes relatar las últimas horas de su hermano, intenté imaginar la trágica intensidad del dolor, tal vez tranquilo, de quien sabe que va a morir por un ideal, por la libertad de un pueblo y de una clase. Las palabras y las lágrimas de Mikel, me acercaron al último instante de Txiki y también de todos los demás, sin embargo sentí que mi ira y mi pena se quedaban lejos. Me sentí rebelde pero también demasiado protegida por la vida. Comprendí que mi curiosidad no tenía respuesta. Yo sólo miraba mientras vivía. Ellos en cambio vivirían siempre porque supieron mirar más allá de la muerte. Un secreto al que nunca podremos llegar y que quedó para siempre en la última mirada, en el último pensamiento del último beso que tal vez dieron a la vida.

Ahora que, por ley, los gobernantes han erigido a las víctimas, a sus familiares y allegados en el estandarte emocional y mediático del discurso político contra la izquierda abertzale, me pregunto si quienes alzan sus voces exigiendo respeto a las víctimas de la violencia y decretando la deslegitimación histórica y social de las ideas en favor de una Euskal Herria independiente y socialista, se atreverían a condenar con la misma fuerza y contundencia política el sistema y las ideas con que se justificaron los asesinatos del franquismo y, en especial, los del 27 de setiembre de 1975. Quisiera saber si tendrían la ética política y humana suficiente para condenar, ilegalizar y deslegitimar a los cómplices agradecidos que los permitieron, a los que callaron durante el franquismo y a los que interesadamente los olvidaron en todo el montaje político posterior, llámese transición o democracia. A estas alturas hacer esa pregunta es una actitud ilusa, una tontería de esas que se dicen a bote pronto. Lo siento. Todos sabemos que la respuesta es ¡no! Pero aún me queda otra pregunta, ¿cuando se exige respeto para unas víctimas y olvido o desprecio para otras, dónde está la verdad y la credibilidad política? En ninguna parte. Todo se reduce a humo, a retórica barata de político a sueldo, a demagogia entretenida para ocultar las causas verdaderas, las de auténtico calado político y que, en definitiva, constituyen los fundamentos, la raíz del conflicto vasco que se obstinan en no solucionar. Todos sabemos que, para España, la independencia de Euskal Herria es intolerable porque cuestiona y dinamita, no sólo la ya rancia y casposa unidad de la patria, sino también el modelo de Estado autonómico que quieren mantener y que, en Europa, lo publicitan como prototipo de administración moderna y progresista. En cuanto al problema social, la tan traída y llevada crisis financiera ratifica el sistema de desigualdad, la explotación y el retroceso en los derechos laborales, instaurado por los que manejan el poder económico sobre los trabajadores que producen los beneficios que les hacen ricos, independientemente de que instalen sus sedes en Madrid o Bilbo.

El 27 de setiembre, igual que otros días de otros meses y de otros años permanecerá imborrable en la historia de este pueblo. Debemos guardar y preservar su memoria. Es una obligación revolucionaria, pero eso no basta. Hay que ir más allá y con los principios revolucionarios construir una atalaya que nos permita divisar en todo momento el objetivo final. Sí, a ese ejercicio se le denomina utopía y es preciso, obligatorio, creer en ella. Caminar hacia ella. De lo contrario estaríamos perdidos. Los tres militantes del FRAP fueron asesinados por luchar contra el fascismo y por un cambio social. Txiki y Otaegi lucharon por todo eso y además por la independencia de su pueblo. Cuenta Mikel Paredes que Txiki murió cantando el «Eusko Gudariak». Faltaban muy pocos segundos para que le matasen y no obstante, al marcar la V de la victoria, tuvo la certeza de que estaba ganando. Era el convencimiento que se siente cuando se lucha por las ideas en las que se cree, cuando el compromiso se convierte en fuerza y en futuro.

Tres décadas después de aquel trágico amanecer miramos el pasado y descubrimos una estela de sufrimiento, de emociones encontradas sobre la muerte, de dolor, pero también de verdad, de ilusión, de sonrisas y logros políticos. Ésa es la luz de la utopía que debemos recordar y preservar. Durante este tiempo, la izquierda abertzale, ha caminado junto al mundo con paso firme y con lealtad a sus principios, a pesar de los obstáculos, de la represión, de los errores, incluso de las escisiones. Y lo ha podido hacer porque ha sabido luchar y encontrar en cada coyuntura, en cada cambio la decisión más acorde con sus ideas y con ese deseo, innato a cualquier ideología, de ganar y consolidar un proyecto de cambio hacia un mundo más solidario y una Euskal Herria independiente y socialista. Hoy, domingo y 27 de setiembre del 2009, los gobiernos de Madrid y Lakua nos amenazan, nos advierten y martillean con la seguridad de que ese proyecto no tiene capacidad de existir, que no puede prosperar en el marco político actual. En una palabra y por utilizar un símil compatible con este aniversario, se emplean a fondo en esa tarea y utilizan todos los fusilamientos dialécticos, represivos, políticos y judiciales que más daño pueden causar. Siempre he creído que ningún amor es igual a otro y que cada momento de la vida es distinto. Aplicando ese sencillo concepto de la existencia al futuro de Euskal Herria, pienso que hoy aunque el sol siga siendo el mismo y continúe saliendo por el este, no es el mismo amanecer de 34 años, quizás porque el mundo que despierta cada mañana no es mejor, pero sí diferente. Ése es el punto del camino en que se encuentra la izquierda abertzale. La utopía que perseguimos nos exige ganar y por lo tanto seguir adelante, tomar decisiones políticas inteligentes, importantes y novedosas y ponerlas en práctica. Si algo me impresionó antes y ahora en los fusilamientos de 1975 fue la valentía, la serenidad con que los cinco militantes se enfrentaron a sus verdugos. En esas cualidades creo que radica su victoria, el haber ganado a la historia y a Franco. Es momento pues de que la izquierda abertzale vuelva a ganar a la historia y escriba su propio futuro con la valentía y la decisión política de quien tiene madera de vencedor. El 27 de setiembre de 1975 Txiki y Otaegi nos marcaron la utopía, sencillamente, vayamos a por ella con las oportunidades grandes o difíciles que la realidad del 2009 nos ofrece. Lo dijo Joe Hill, Che Guevara y Juan Paredes Manot. «No me vengáis a llorar soy viento de libertad». Quizás, en este momento, la izquierda abertzale tiene la obligación revolucionaria de ser más que viento, un huracán de libertad y de iniciativa política.

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