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Fede de los Ríos

Pin y Pon en el Parlamento

 

Rodolfo y Carlos hacen buena pareja. Parecieran hermanos, como las hijas góticas de Zapatero. Los dos son calvos y en sus caras se refleja una alegría de vivir que impregna a quien escucha sus peroratas parlamentarias. La puesta en escena deja entrever un repetido ensayo en privado del maravilloso tándem. El pasado viernes Rodolfo, un tanto molesto por la última sentencia judicial con relación a la exhibición de fotografías de presos vascos, abrió fuego contra Etxerat por enaltecimiento del terrorismo desde el atril del Parlamento vascongado. Raudo acudió Carlos a demandarle la ilegalización de la organización de familiares de los encarcelados. «No tenga usted la mínima duda de que en ello estamos», respondió Rodolfo mostrándole una sintonía propia de los muñecos Pin y Pon.

El consejero de Interior se pregunta «¿qué pasaría si un grupo de alemanes saliera a la calle portando fotos de criminales nazis? La gente se tiraría de los pelos». Y lo dice un individuo perteneciente a un partido que negoció una amnistía para todos los criminales franquistas allá por el final de los setenta. Un partido organizador de unos escuadrones que asesinó a decenas de vascos. Un partido que enalteció a quienes los organizaron, acompañó a los criminales hasta la cárcel y posibilitó que actualmente estén paseando por la calle gracias a indultos, terceros grados y demás medidas de gracia. Un partido que pacta con los herederos de aquellos asesinos franquistas amnistiados. Alguno, incluso, activo en su Galicia natal. Y no veo que Rodolfo se tire de pelo alguno. Es que está calvo, se me dirá. De acuerdo, manifiestamente cierto, pero bien se podría tirar de los pelos de los huevos, pongo por caso.

Hicieron un pacto para ocupar el Gobierno. Para acabar con los falsos problemas como el del llamado conflicto vasco se dedicarían a solucionar los verdaderos problemas de la gente: la economía, la sanidad, la justicia, la educación y no sé qué más. ¿Qué balance tenemos? La economía más desastrosa de Europa, la sanidad deteriorándose día a día, una justicia de sainete y una educación cada vez con menos presupuesto y más ideologizada. ¿Y con relación al «inexistente» conflicto? Más represión, más cárcel, más multas, menos libertades civiles y más crispación.

Todo resulta apología del terrorismo. Una foto, una pegatina, un dibujo, una camiseta, hasta un kiliki de cartón. ¿Y qué es el terrorismo? La pregunta me asaltó el otro día en la intimidad de mi cabeza. Mis neuronas, atándose los machos por miedo a caer en apología, me contestaron que es el uso sistemático del terror con la finalidad de conseguir un beneficio. ¿Y terror? Miedo intenso, afirmaron. Entonces deduje que los individuos que producen un miedo intenso sistemático en sus congéneres para beneficio propio resultan ser terroristas. Al momento mi cabeza se llenó de imágenes de curas, policías, empresarios, periodistas, militares y políticos. Todos ellos viven a costa del temor de los de a pie. El miedo es el que impide rebelarse y hacer añicos un sistema social basado en la explotación para beneficio de unos pocos.

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