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Iñaki Sorbet Colectivo Malatextos

«Bolsa igual a caca»

Bolsa=caca: ésa es la conclusión a la que honestamente deberían llegar los magnates del negocio multinacional y que tendrían que transmitir a la población para incidir positivamente en la sostenibilidad del planeta, más aún cuando el término bolsa hace referencia a los mercados financieros

La primera reflexión que me viene a la cabeza es que no debemos infundir mucho respeto a las grandes cadenas distribuidoras, cuando realizan una campaña publicitaria cuyo objetivo aparente es salvar el medio ambiente y para ello apelan a un eslogan tan sumamente trascendental y metafísico como: «Bolsa=caca».

Evidentemente, parten de una realidad constatable, como es el hecho de que los residuos plásticos no degradables contaminan. Pero la intención del mensaje se vuelve sospechosa cuando quien lo envía es un sector que está atravesando ciertas «dificultades» debido a la coyuntura económica actual -vamos, que no están ganando tanto como les gustaría y no están por la labor de perder el «pico» que se les va en las bolsas gratis- y simultanea dicha campaña en favor del medio ambiente con prácticas comerciales muy poco respetuosas ya no sólo con la ecología, sino con la justicia social.

En hipermercados y supermercados podemos encontrar y consumir cualquier alimento en cualquier época del año: kiwis de Australia «auténticos», alubias verdes de Marruecos, salmón «noruego» traído desde Chile, sardinas «freskuek» argentinas, atunes de Somalia que rescatamos de manos de los «piratas», plátanos del Ecuador, espárragos «navarros» de Pekín, pimientos «del piquillo» de Perú... Todo ello a un precio inferior al que se venden dichos productos si se obtienen en nuestro entorno más cercano. Sin embargo, no parece preocupar mucho a sus responsables cómo afecta al medio ambiente el hecho de que los productos recorran miles de kilómetros, a pesar de que ello represente en torno al 20 por ciento de las emisiones de CO2 del planeta.

Obviamente, el hecho de poner a disposición de los países del norte productos que provienen de países empobrecidos del sur conlleva un coste social en origen: desmantelamiento de los medios de vida ancestrales -agrícolas, ganaderos, pesqueros y artesanales-, respetuosos con el entorno y enraizados en la sociedad. Los recursos explotados por y para la colectividad pasan a ser explotados (al igual que sus habitantes) por industrias del norte que se apoyan en las burguesías locales y en gobiernos «títere» de occidente, que pagan verdaderas miserias para mantener un «buen» margen de beneficio. Pero esto tampoco parece importar mucho a los responsables de los grandes grupos comerciales.

Estas reflexiones nos deben llevar a tomar conciencia de lo absurdo y costoso del modelo desarrollista, que trata de incluir constantemente en su «haber», de incorporar a su discurso, una componente ecológica mediante la utilización de adjetivos como «sostenible» o «durable»... y/o a través de campañas como ésta a la que hemos hecho referencia (cabe recordar también la publicidad «verde que te quiero verde» de Repsol, BP, Campsa...). La realidad es bien distinta y nos dice que el desarrollismo es un sistema depredador del medio y de las personas. Nos dice que genera conflictos armados, expolios, éxodos... Bolsa=caca: ésa es la conclusión a la que honestamente deberían llegar los magnates del negocio multinacional y que tendrían que transmitir a la población para incidir positivamente en la sostenibilidad del planeta (en el caso de que conocieran la honestidad o, al menos, tuvieran la intención de anteponerla al beneficio económico), más aún cuando el término bolsa hace referencia a los mercados financieros y las nefastas estrategias económicas que ahí dentro se cocinan.

A pesar de todo, también se abre una salida, posiblemente la única anclada en la realidad si de verdad buscamos un equilibrio ecológico y justicia social: abandonar el consumo desaforado, repartir recursos y trabajo, socializarnos disfrutando del mayor tiempo libre resultante, reconocer lo realmente valioso y útil para la sociedad; en definitiva, una apuesta real por el decrecimiento.

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