El inmueble donde se rodó la primera parte de «Rec» se ha convertido en un lugar de peregrinaje, al que acuden muchos visitantes y curiosos mapa de Barcelona en mano. Es tal el culto existente, especialmente entre los más jóvenes que, dentro de la acción de la segunda parte, los autores han introducido a un grupo de adolescentes que se cuelan en el edificio, superando el cordón policial, para experimentar las sensaciones que promete esa zona de contagio en la que se producen fenómenos extraños.

Después de que en Hollywood hicieran el obligado remake en inglés, titulado «Quarantine», era lógico que llegase la continuación, de la que a su vez también harán la consiguiente versión para el mercado anglosajón.

Y, al igual que el final de la cinta original quedó abierto, propiciando la secuela que ahora se estrena, ésta tiene asimismo un desenlace que se presta a otra tercera. Visto lo visto, a nadie se le escapa la intención de explotar el filón terrorífico de «Rec» en forma de serial, así que sobran las justificaciones de Jaume Balagueró y Paco Plaza para intentar disimular una estrategia comercial, que la hay.

Deberían ser más consecuentes y reconocerlo abiertamente, en lugar de recurrir a los tópicos de que si ruedan una nueva película sobre el tema porque el público se lo pide, porque quedan misterios por resolver y demás patrañas. La crítica se contagia además de dicha actitud y aplaude que la pareja más terrible del género no haya caído en su propia trampa. Ellos se limitan a dar al público más de lo que quiere, y así siguen utilizando las cámaras de vídeo como medio para el estilo de reportaje directo, aunque ahora no las llevan los periodistas, sino los policías.