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Floren Aoiz www.elomendia.com

La pura imagen del odio

Nadie debe mirar al otro lado ante el sufrimiento humano. Pero perseguir el sufrimiento de los que no piensan como tú es una bajeza que evidencia la catadura de quienes trafican con los sentimientos para colar ideología por la puerta falsa

Muchos de los que ahora repiten como loritos el discurso dominante sobre «las víctimas» preferirían no saber que se ha heredado del franquismo el recurso a «los mártires» o «los caídos» como soporte emocional para vender ideología. Si a los golpistas de 1936 les hubiera importado evitar la pérdida de vidas, incluidas las de su bando, habrían buscado otras maneras de defender sus intereses en lugar de desatar un baño de sangre en el que sumergieron a decenas de miles de enemigos, pero también a miles de sus propios seguidores.

Ahora, como tras la derrota de las fuerzas democráticas en 1939, el nacionalismo español recurre a las emociones para ocultar sus complejos ideológicos. Con Franco sentían la necesidad de culpar a los republicanos de la orgía de sangre que habían desatado. La machacona defensa de la memoria de los caídos por Dios y por España se convirtió en uno de los mecanismos de autoafirmación de la dictadura, que hizo invisible el sufrimiento de los perdedores y, algo aún peor, los responsabilizó de la guerra y sus desastres.

No podía extrañarnos que una «democracia» creada desde la dictadura «de la ley a la ley» y sin nada que se parezca a una ruptura del cordón umbilical, representado por el jefe del estado, recupere este comportamiento del franquismo. Y del mismo modo que hiciera aquel régimen con la ayuda de Hitler y Mussolini, la «democracia» ha llevado su discurso a la categoría de ley: no se puede deshonrar la memoria de las víctimas. ¿O debíamos decir caídos? De este modo, queda claro que todo el engranaje del estado caerá contra quien ose criticar que se venda ideología con la etiqueta de la solidaridad con el sufrimiento de los demás. Ciertamente, la solidaridad con quienes han sufrido o sufren es algo muy hermoso, pero no lo es tanto que los estados reclamen para sí el monopolio de las emociones y los sentimientos legítimos. De este modo, se niega el derecho a sentir a quien no comparte el discurso dominante. Es más, todas aquellas víctimas de hechos violentos que no puedan presentarse como ejemplos de la maldad de los enemigos del nacionalismo español dejan de existir. Así, portar la imagen de un ciudadano vasco encarcelado por trabajar en una organización juvenil se considera enaltecimiento del terrorismo, pero el número dos de la dictadura franquista, Carrero Blanco, es una víctima del terrorismo. Lo mismo ocurre con el Conde de Rodezno, ministro de Franco. Honrar su memoria con una plaza, por supuesto, no es delito. ¿Cómo iba a serlo si el jefe del estado reconoce que guarda un buen recuerdo del sanguinario Franco?

Nadie debe mirar al otro lado ante el sufrimiento humano, mucho menos cuando adquiere características tan trágicas como las asociadas a eso que llaman «conflicto vasco». Pero perseguir el sufrimiento de los que no piensan como tú es una bajeza que evidencia la catadura de quienes trafican con los sentimientos para colar ideología por la puerta falsa. El video en el que supuestos policías disparan contra fotografías de presos vascos ilustra bien la hipocresía dominante en el no-debate sobre las violencias políticas y sus consecuencias.

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