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Raimundo Fitero

Gafes

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Tenemos a la luna llena avisando de la caída de las hojas, las mismas gargantas chirriantes que daban por supuesto lo que su dios había escrito en secreto amanecen buscando culpables, y en el canal 24 horas nos encontramos con uno de los regalos programáticos que debemos disfrutar con afición: «Redes» y Punset conversando con un psicólogo inglés hablando de la superstición, de la magia, del abandono de la lógica como baremo superior. Siempre es un descanso del bochorno general de las programaciones encontrarse con los rizos de este hombre que busca y busca y nos lleva por lugares de nuestra mismidad humana que tenemos abandonados por falta de costumbre analítica, por vagancia, por pensar que la vida es igual que cualquier aparato electrónico con los que convivimos, se da al botón del on y funciona. No es así de sencillo. La vida atravesando a los seres humanos es algo de mucho mayor proyección. Otra cosa es que alquilemos nuestro patrimonio a la inmediatez y a la barahúnda de estímulos falsos y consumistas.

Venimos de una concepción mágica de la existencia que se ha ido transformando en una superstición canalizada por religiones, ideologías o patrocinios. Por lo tanto si su dios les había asegurado el nombramiento de Madrid, una vez la conspiración sideral toma la decisión iluminada y luminosa de llevar las ilusiones a Río de Janeiro, en el análisis deben buscarse no solamente los fallos políticos, sino los gafes. Las personas que provocan catástrofes, que impiden por sus energías mal coordinadas que se logre el objetivo. Y en la delegación española había varios. Demostrados. Pero como Florentino quería seguir construyendo madridismo de cemento armado, no cabe duda de que fue Raúl de España el que con su presencia anuló las posibilidades.

Si a ello se le añade que Lula hizo un discurso fantástico, que la geoestrategia funciona y que entre una batucada en la playa o una jota castellana, la elección es bastante sencilla, sin entrar en la parte mágica y supersticiosa. Ni en la dogmática. Los locutores de RNE deberían escuchar su retransmisión y presentar la dimisión: por tontos, pelotas y fanáticos. No lo harán; es una corazonada.

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