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Maite UBIRIA I Kazetaria

Un paisaje sin más muros

La nueva línea de alta velocidad que el Estado francés pretende construir sobre territorio vasco ha recibido un silencioso pero exigente rechazo en las calles de Baiona.

Cuando hace ya quince años se presentó el primer esbozo de un nuevo TGV, apenas una decena de vecinos emprendieron la tarea de extender la voz de alarma sobre un proyecto que encubría al menos otro más. Con la construcción de un nuevo TGV se pisaba el acelerador para sustituir un modelo de transporte público por otro más proclive a los intereses privados.

No se equivocaban aquellos diagnósticos al principio tan denostados por la misma clase política que ayer vimos encabezar la protesta más amplia y plural que se ha celebrado hasta la fecha contra la nueva línea férrea.

Desde los movimientos ciudadanos se aportan detalles nuevos sobre ese proyecto. Para nuestra seguridad, un «muro como el de Palestina» se incrustaría al peso del tren de las prisas en el paisaje de Lapurdi.

El muro. Otra vez. Y con él la imagen de la quiebra, de la separación, pero también el retrato de la vía siempre más costosa y destructiva de la imposición.

El muro es una referencia que se adosa perniciosa al espacio natural y político de los vascos. Desde hace tiempo, demasiado tiempo, se levantan muros que tratan de obstruir las arterias de nuestra sociedad, impidiendo que fluya la palabra, que prime el intercambio de ideas, que se compartan los proyectos, que se escuchen todas las voces.

El muro es un espejo en el que se miran complacidos el temor al cambio, la cobardía política y la holgazanería intelectual. El muro se sostiene con el argumento de la fuerza para ocultar la debilidad de las razones.

El muro es una referencia incómoda para quienes prefieren mirar al futuro en lugar de perder más tiempo, mucho, demasiado tiempo, en repartir culpas y en presentar como mérito propio lo que, cuando sea, será siempre un logro del pueblo.

El muro no ha desaparecido del mapa vasco, pero ha tiritado por un momento al paso por las calles de Donostia de una ráfaga nueva, alentada por personas que no piensan igual, pero que prefieren asumir el riesgo de rozarse; de gentes que tienen la valentía de impregnarse del otro, aunque todos sepamos que no será fácil ajustar el paso.

Seguramente sólo ha sido una brisa, pero ya respiramos mejor.

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