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«El decrecimiento puede ser uno de los principales referentes políticos dentro de pocos años»

Lucio TABAR I Miembro de «Dale vuelta-bira beste aldera»

Lucio Tabar es miembro del colectivo «Dale vuelta-Bira beste aldera», una iniciativa que nació a comienzos de este año en Nafarroa en defensa del decrecimiento. El movimiento se ha presentado esta semana a través de una charla ofrecida en la capital iruindarra.

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Amaia ZURUTUZA |

Los defensores del decrecimiento lo tienen claro: «podemos vivir mejor con menos». Podemos y deberíamos, ya que como afirma Lucio Tabar, en el sistema capitalista actualmente vigente «no se puede concluir que la mayoría de las personas ven satisfechas sus necesidades o se sienten felices en la selva del consumismo».

¿Qué es el decrecimiento?

El decrecimiento es una corriente de pensamiento político, económico y social que pretende establecer una relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza y entre los propios seres humanos. Frente a la situación de dominación hoy existente que está acabando con la naturaleza y frente a la explotación de las personas en beneficio de la producción y la rentabilidad económica de unos pocos. Para nosotros el decrecimiento es una herramienta válida al servicio de la construcción de un mundo más habitable, más humano, donde se garanticen los derechos de todas las personas y pueblos y regido por un mínimo principio de equidad. Resulta escandaloso contemplar las diferencias que hoy se dan en el mundo.

¿Cuál es su objetivo?

El objetivo más llamativo es la disminución de la huella ecológica en los países que denominamos más desarrollados del planeta. Es decir, la reducción significativa de los consumos de bienes y de energía, el reparto del trabajo con la consiguiente disminución de jornada laboral y evidentemente con una disminución del sueldo o la relocalización de la producción de materias en lugares cercanos a su consumo. Pero su principal objetivo es diseñar una nueva sociedad donde se satisfagan las necesidades básicas de las personas, se respete el equilibrio con la naturaleza y en definitiva se viva mejor con menos. Sabemos que puede sonar un poco ingenuo, pero si nos paramos a pensar en el sistema capitalista actualmente vigente no creo que se pueda concluir que la mayoría de las personas ven satisfechas sus necesidades, sobre todo en el Sur, o se sienten felices en la selva del consumismo.

Estos objetivos no se consiguen en dos días, y por eso buena parte de la reflexión del decrecimiento consiste en diseñar los escenarios de transición desde la sociedad capitalista hacia la que podríamos denominar sociedad del equilibrio.

¿Cúando y cómo surgió esta corriente?

El concepto del decrecimiento se remonta a los años 70, en el contexto de la crisis del petróleo y cuando se comienzan a percibir de forma más clara los límites del mundo y la inviabilidad de un crecimiento indefinido en el tiempo. Autores como el rumano Georgescu-Roegen o Ivan Illich comenzaron a producir conceptos como el pico del petróleo -es decir, su agotamiento en un plazo no muy lejano-, la propia huella ecológica o la evolución del modo de vida de los países del Norte en detrimento de los del Sur.

Creemos que las crisis son realmente oportunidades para el cambio y para generar nuevos conceptos. Lo que ocurrió después de la de los años 70 es que una vez superada la crisis -en falso, como se ha demostrado después- estas ideas cayeron en el olvido, machacadas por la «lógica» del productivismo y el consumismo, y no han sido rescatadas hasta finales de los 90, en buena parte con pensadores y activistas franceses, como Serge Latouche. Creo que el decrecimiento puede ser uno de los principales referentes políticos dentro de pocos años.

¿A qué nivel está extendida esta idea en la sociedad?

Con el nombre de decrecimiento poco. Aquí en Euskal Herria vamos además con unos años de retraso con respecto a Cataluña, Francia,... Sin embargo, muchas de las cuestiones que el decrecimiento utiliza en sus análisis y propuestas, -que vivimos por encima de las posibilidades del planeta, la necesidad de reducir las dimensiones de muchas de las infraestructuras productivas, organizaciones administrativas y sistemas de transporte, la primacía de lo local frente a lo global, la ausencia de tiempo para llevar una vida saludable, la necesidad de mantener una relación equilibrada con el medio, la certeza de que el consumo no deja espacio para un desarrollo personal diferente, las diferencias, cada vez mayores, entre quienes consumimos en exceso y quienes carecen de lo esencial,...- sí han sido planteadas desde hace tiempo por diferentes movimientos y organizaciones sociales.

Por otro lado, cuestiones como los comunales que aprovecha todo el mundo pero son de propiedad común, o el auzolan, donde se trabaja para satisfacer necesidades colectivas sin retribución económica personal, y toda la tradición de asociarse para conseguir lo necesario (economía social, ikastolas, euskaltegis,...), son elementos con honda tradición entre nosotros y que encajan perfectamente en el ideario del decrecimiento.

¿Estaríamos hablando de una utopía?

Sí y no. Depende de qué significado le demos a la palabra utopía. Sí es utopía, si por tal entendemos aquello que nos hace ponernos en movimiento y avanzar, sabiendo que conforme vayamos avanzando la utopía también irá más lejos, se irá transformando, porque si no, dejaría de serlo. En este sentido sí que es una utopía, un objetivo deseable y deseado.

No, si la palabra utopía la utilizamos en el sentido de algo descabellado, sin sentido. Y precisamente, viendo cómo está la sociedad actual, que vivimos en un mundo con recursos limitados en el que el número de personas pobres es cada vez mayor (el 80% de la población mundial), con la amenaza del cambio climático, con la perdida continua de derechos sociales en los pocos sitios en que estaban bastante desarrollados... pretender que el crecimiento económico ilimitado es la panacea que solucionará todos los problemas sí que es descabellado y sin sentido.

¿Y cuál es la actitud de la sociedad ante esta realidad?

Desde una perspectiva de izquierdas, la nuestra, pensamos que el viejo dicho de «Vive como piensas o terminarás pensando como vives» está hoy más vigente que nunca. No querer ver que la defensa del crecimiento en bienes materiales tiene que estar basado en la competitividad, el consumismo, el despilfarro,... y que con estos valores absolutamente insolidarios y retrógrados, la sociedad, por mucho que en teoría se predique lo contrario, será cada vez más insolidaria y retrograda poniendo el dinero y las cosas por encima de las personas. Y se hacen guerras para asegurar el suministro de petróleo. Y estamos en contra de las guerras pero sin ellas no hay gasolina para que vayamos en coche a todas partes.

Hoy en día y, repito, viendo como está la sociedad actual, viviendo en este mundo interrelacionado, globalizado económicamente, aquí, en el Norte rico, desde nuestro punto de vista, una propuesta que pretenda ser radicalmente transformadora tiene que pasar por el decrecimiento de bienes materiales. Por justicia social. A nosotros y nosotras nos toca decrecer, tener menos cosas y vivir mejor con menos hipotecas, menos horas de trabajo, menos agobios y con más tiempo libre para nosotros mismos. Estamos convencidos de que viviremos mejor con menos.

 

¿Qué medidas tendríamos que adoptar?

El primero es romper la (i)lógica del sistema. Esa lógica ilógica que convierte en normal que 1.000 millones de personas pasen hambre, al mismo tiempo que hay comida para todas y aumentan las enfermedades relacionadas con la obesidad; esa lógica ilógica que hace que nuestra sociedad vea normal tener en las tiendas productos de todo el mundo y al mismo tiempo pone todos los obstáculos posibles para que puedan venir las personas de esos mismos lugares; esa lógica ilógica que convierte en normal que con 40.000 parados en Navarra en Wolkswagen se hagan más horas extras que nunca y que la gran mayoría de sus trabajadores estén encantados de hacerlas; esa lógica ilógica que hace que el dinero de todos y todas sirva para subvencionar la compra de televisiones y coches nuevos -productos de primera necesidad como bien sabemos- para personas que, además, ya tienen lo suficiente para poder permitirse pagar el resto.

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