Entrevista al controvertido líder caucásico
«Veinte años después, el problema ruso con Chechenia se extiende desde el Caspio hasta el mar Negro»
Ahmed Zakayev
Primer ministro en el exilio de la República Chechena de Ichkeria
En una exclusiva entrevista concedida a GARA, coincidiendo con el décimo aniversario del inicio de la segunda guerra chechena, el controvertido líder caucásico comparte su visión sobre uno de los conflictos más longevos de cuantos hoy se encuentran activos y desmiente los rumores sobre su supuesta vuelta a Chechenia a corto plazo. «Volver a Grozni sería legitimar un Gobierno cuyas decisiones se toman en Moscú», asegura Zakayev desde su exilio londinense.
Karlos ZURUTUZA | LONDRES
Hotel Hilton de Londres, 14.30. Ahmed Zakayev entra en la recepción al paso vigoroso que le permite su atlética constitución, aunque hace ya algún tiempo que su barba y su cabello dejaron de ser rojos. Nos sentamos en una mesa estratégicamente apartada y se sirve su té, ajeno a las miradas del resto de los comensales. Imposible no acordarse aquella taza envenenada con polonio que mató a su compañero Alexander Litvinenko, no muy lejos de aquí. De él también queremos hablar, y de Putin, de los «árabes», y de todas esas piezas que componen, o más bien descomponen, el complejo puzzle que es la Chechenia de los últimos 20 años.
Zakayev habla un inglés más que correcto pero para la entrevista prefiere el ruso. Traduce Masha, nacida en Leningrado. La imponente ciudad del norte ruso cambió pacíficamente su nombre por el de San Petesburgo cuando se desmoronó el Imperio. Mucho más al sur, la pequeña república del Cáucaso se sumía en el horror de un conflicto que parece no tener final, pero que Zakayev conoce desde su raíz. Lo cuenta para GARA.
Se cumplen 20 años desde la caída del muro y 10 del comienzo de la segunda guerra chechena. ¿Habría cambiado algo el que Gorbachov hubiera conseguido introducir la Perestroika al completo?
Sin duda. La catástrofe en Chechenia empezó con el colapso de la URSS. Yeltsin reconoció a las repúblicas que se independizaban (Ucrania, Georgia, Uzbekistán...), pero decretó que la República de Chechenia-Ingushetia permanecería bajo control de Moscú. Si Gorbachov hubiera conseguido introducir del todo las reformas, tanto económicas como políticas, la URSS sería hoy una entidad parecida a la UE.
Fue usted ministro de Cultura en el Ejecutivo de Djokhar Dudayev hasta su muerte en 1996 ¿Qué clase de líder era?
Se han dicho muchas mentiras sobre él. Se le ha llamado «fanático», «bandido», «intransigente»... Pero Dudayev era una persona inteligente y dialogante, nada que ver con la imagen que se intentó «vender» de él desde Moscú. En noviembre de 1994, me aseguró que haría todo lo posible por evitar la guerra y en diciembre recibió un telegrama desde el Kremlin convocándole a una ronda de negociaciones en Vladikavkaz (Osetia del Norte). A pesar de que muchos en su Gabinete se posicionaron en contra de toda negociación, Dudayev confirmó su asistencia. Pero Moscú canceló la reunión y la guerra comenzó poco después.
No obstante, ustedes ganaron la primera guerra chechena (1994-96) y gozaron después de una suerte de autogobierno hasta el inicio de la segunda, en 1999. ¿Cómo fue aquel periodo?
Creo que debería usted reformular su pregunta. ¿Quién le ha dicho que ganamos la guerra? El 80% de Grozni quedó totalmente destruido pero yo no vi ni una sola ventana rota en Moscú. Aquellos tres años fueron uno de los episodios más oscuros en la historia de Chechenia. Murieron más de 100.000 personas y otras tantas quedaron sin hogar. La República quedó completamente en ruinas. La gente vivía al borde de la desesperación porque la sola supervivencia constituía todo un reto. Con el acuerdo de paz se acordaron las indemnizaciones que Moscú había de pagar a los chechenos, pero ninguna se cumplió. Éramos las auténticas víctimas de aquella guerra y aún así se nos decía que habíamos ganado.
El entonces Gobierno checheno, en el que me incluyo, pecó de una actitud muy relajada. Así las cosas, resultaba muy fácil para Moscú manipular a sus miembros. La situación me recordaba a la de un adulto que maneja a su antojo a los niños en una guardería, dirigiéndoles, haciéndoles discutir...
Sergey Primakov, el entonces ministro de Exteriores ruso, anunció que rompería relaciones diplomáticas con cualquier país que reconociera la independencia de Chechenia. Nadie reconoció nuestra independencia, ni hubo una sola organización europea que mandara un solo rublo a Chechenia.
¿Puede describir con más detalle esa injerencia desde Moscú?
Desde que se firmó el alto el fuego entre Grozni y Moscú en setiembre de 1996, Rusia empezó a prepararse para la siguiente guerra. No fue el final de un conflicto sino el comienzo de los preparativos para otro. Los servicios secretos rusos pusieron en marcha una campaña encaminada a dividir a la sociedad chechena y preparar el terreno para una segunda guerra.
Enseguida comprendieron que la forma más eficaz de dividir a la sociedad era a través de la religión. Fue entonces cuando empezaron a llegar los árabes a Chechenia. Todos traían dinero, que no iba para el líder de la república, que era Masjadov, sino que acababa en los bolsillos de todo aquel capaz de reunir un grupo dispuesto a combatir. La mayoría pertenecía a la oposición al Gobierno.
El segundo campo de actuación era sobre los medios de información. Durante la primera guerra chechena los periodistas internacionales tuvieron acceso a la República y contaron la verdad de lo que allí sucedió. Moscú quería evitar algo así a toda costa, por lo que se multiplicaron los asesinatos y los secuestros de periodistas para asustarlos. Luego les llegó el turno a las ONG, empezando por la Cruz Roja.
Por último, había que eliminar a aquellos que querían invertir en Chechenia sin pasar antes por Moscú. Recuerdo a aquellos ingenieros de British Telecom que llegaron a la República para reestablecer las líneas telefónicas. Fueron secuestrados y decapitados.
Lo único que conseguimos durante aquel periodo fue evitar la guerra civil entre chechenos, algo que Moscú estaba intentando provocar por los medios habituales.
Usted ha denunciado a menudo la supuesta «estrecha colaboración» entre árabes y rusos. ¿En qué se basa?
Durante los años de la URSS había más extranjeros procedentes de Oriente Medio que de cualquier otra parte del mundo. Los chechenos somos tradicionalmente musulmanes sufíes, mientras que el wahabismo es una corriente importada recientemente por los árabes y los rusos, desmarcada del Islam auténtico. Si todo el dinero que traían los árabes hubiera llegado directamente desde Moscú, los chechenos nunca lo habrían aceptado porque eso implicaría que estaban trabajando directamente para Rusia. Había alrededor de 1.500 árabes registrados en Chechenia y todos tenían un visado estampado en Moscú. Ninguno de ellos entraba en la República clandestinamente, como se decía. El Kremlin sabía muy bien quién y para qué iba a Chechenia.
¿Sigue usted manteniendo que Putin mató a Litvinenko?
Para Moscú hay gente que, simplemente, ha de ser eliminada, se llame Aslan Masjadov, Alexander Litvinenko, Anna Politkovskaya... ¡Y el cínico de Putin ni siquiera intenta ocultarlo! Mataron a Politkovskaya el 7 de octubre, el día del cumpleaños de Putin. La prensa habló mucho del «regalo» que le habían hecho al presidente ruso. Putin estaba en el extranjero, pero no tardó en hacer una declaración en la que reconocía su antipatía por la periodista, a la vez que eludía toda responsabilidad en el asesinato.
Cuando murió Litvinenko hizo otra declaración en la que lo describía como un «don nadie traidor» y aseguraba que no había pruebas que relacionaran su cadáver con el FSB. Putin nunca pensó que los británicos llegaran a descubrir que el causante de su muerte fue el polonio.
Todo el mundo sabe quién es Putin. Todos sabemos que fue él quien ordenó disparar a los niños de Beslan, rociar con gas el teatro Dubrovka o volar aquellos edificios de apartamentos que sirvieron de casus belli para la segunda guerra chechena en 1999. Lo más espeluznante de todo es que Putin sigue siendo una pieza clave en la política internacional al que muchos líderes europeos tratan con respeto. Chechenia fue la primera, Georgia la segunda, y le puedo asegurar que la tercera será Ucrania.
El pasado mes de febrero, el presidente de la Chechenia prorrusa, Ramzan Kadyrov, le ofreció volver a Grozni. ¿En qué punto se encuentran las negociaciones en estos momentos?
La prensa ha especulado mucho sobre las negociaciones en torno a mi supuesto regreso a Chechenia. He estado en contacto con representantes del Gobierno ruso de forma confidencial pero constante desde 2001. Durante mis dos últimos encuentros en Oslo y Londres con Abdurajmanov, (el enviado de Kadyrov), insistí en hacer públicas estas reuniones si realmente deseamos encontrar una solución política al conflicto. A día de hoy no se dan las condiciones para mi regreso a Chechenia. Hacerlo sería convertirse en cómplice de un régimen cuyas decisiones se toman en Moscú.
¿Cuál es la situación actual de la insurgencia, tanto en Chechenia como en el resto del Cáucaso?
Doku Umarov (el autoproclamado «Emir del Cáucaso Norte») es otra víctima más de las provocaciones del FSB pero no por ello puedo compartir su ideología o su visión del conflicto. Los ataques suicidas son algo totalmente ajeno al pueblo checheno. Dudayev y Masjadov lo dijeron en su día, y el resto lo hemos estado repitiendo durante estos 20 años: a principios de los 90, Rusia tenía un problema con Chechenia. 20 años después el problema se extiende desde el Caspio hasta el mar Negro. Éste es el resultado de intentar solucionar un problema político a través de la fuerza.
¿Sigue usted soñando con una Chechenia independiente?
Yo no sueño, sé que sucederá.