Crónica | Moscú
Pan duro y tiendas de lujo, la dicotomía de la «nueva» Rusia
La sociedad rusa, huérfana de ideales, ha vendido por completo su alma al capitalismo a cambio de un férreo control policial en todas las esferas sociales y, al igual que en otros países europeos, la indiferencia política está a la orden del día.
Ricard ALTÉS Colaborador del gabinete GAIN
Rusia lidera el ránking de la mayoría de encuestas, pero siempre en negativo: es uno de los países con el descenso demográfico más importante en los últimos años, mantiene una tasa de corrupción muy elevada, por no hablar de la plaga del alcoholismo. Una de las encuestas más famosas, y que cada año hace aparecer a la capital rusa en todas las portadas, es la que realiza el Mercer Human Resources Consulting, según la cual desde principios del nuevo siglo Moscú siempre se encuentra entre las cinco ciudades más caras del mundo, una situación contra la que tiene que luchar a diario la mayoría de la población de la ciudad, que se ve excluida de esa «maravillosa ciudad» por no tener unos ingresos económicos mínimos para soportar un nivel de vida tan elevado. Ese desajuste, en la que una minoría controla la mayoría de la riqueza, es claramente perceptible en Moscú, pero lo es todavía más fuera de la gran capital, que concentra la mayoría de inversiones extranjeras del país.
Mentalidad rusa
Como muchas otras ciudades superpobladas, Moscú (con más de diez millones de habitantes) está llena de contradicciones, que se ven acentuadas por la condición de la mentalidad rusa, cuya especificidad los propios rusos siempre han gustado destacar, en contraposición al concepto ciertamente generalista de «Occidente». Es un debate que aún a día de hoy genera mucha literatura -recientemente ha aparecido el primero de una serie de cuatro tomos sobre las relaciones de Occidente y Rusia (Romanov, Piotr. Rossia & Zapad na kacheliaj istorii v 4 tomax. Tom 1: Ot Riurika do Aleksandra. Moskva: Amfora; 2009)- y que de forma cíclica llena las páginas de los periódicos. Es curioso observar que este debate surgió desde Rusia, una cuestión que se planteó la propia inteligentsia rusa para intentar dilucidar en qué ámbito había que enmarcar la cultura rusa. En general, la respuesta a esta pregunta termina con un tópico conocido en tierras hispanas: «Russia is different!». Esto lo puede observar cualquiera que visite Rusia, sobre todo cuando a uno le interrogan con eso de «Vy nashi?», o sea, de forma literal, «¿Es usted de los nuestros?», un modo de distanciamiento respecto al forastero, al cual de forma descarada se le está diciendo que no forma parte de ese club exclusivo que es «ser ruso». Este es un matiz importante que se ha mantenido invariable a lo largo de los años.
Por otra parte, un aspecto que a veces se ignora sobre la sociedad rusa es su historia servil. A menudo olvidamos que el mundo es un prisma de múltiples caras, ignoramos otras realidades y aplicamos nuestros esquemas mentales a territorios lejanos, con lo que obtenemos una visión desgajada, y eso sucede a menudo con Rusia. Por desconocimiento, olvidamos que hace tan sólo 150 años la mayoría de la población de Rusia se liberó del yugo de la servidumbre, y no les fue mucho mejor en años posteriores, tanto en época zarista como comunista, como mínimo desde el punto de vista de las libertades individuales, y esta rémora se percibe perfectamente en la Rusia actual. Después de hablar con muchos rusos, uno observa que se repite un mismo esquema. Parte del pueblo ruso prefiere dejar su destino en manos de un líder que lo guíe, una especie de padre que le marque el camino. A causa de ello, la mayoría de los rusos han renunciado a gran parte de sus libertades en pro de un futuro mejor. Y los que se resisten a ser simples ovejas, son víctimas de la represión policial pura y dura.
«Derechos civiles»
Actualmente, el concepto de los derechos civiles se ha acotado de forma extrema. Si en la década de los noventa, después de la caída del sistema soviético, se vivieron unos años de incertidumbre y con margen para las manifestaciones de protesta contra el poder -como contrapeso a décadas de represión y por una situación de debilidad de las propias autoridades bajo la Administración Yeltsin-, poco a poco, a la par de la recuperación económica, las aguas han vuelto a su cauce y los antiguos mandos de las fuerzas de seguridad han reducido de forma drástica cualquier manifestación de protesta contra el poder. Los antiguos esquemas se repiten, se ha vuelto a los peores años de represión comunista, ahora bajo la máscara de una supuesta democracia ataviada de Gucci y Valentino. No es gratuito que el actual primer ministro surgiera de las oscuras filas de los servicios secretos.
Con su ascenso a la presidencia del país en marzo del año 2000, volvieron los fantasmas del pasado y el sueño chequista de detentar la jefatura del país. Pero la regeneración de la ideología comunista ha dado paso a la ideología de la sociedad de consumo, que nutre los sueños de la juventud, alienada completamente con la realidad del país y que vive inmersa en los lujos, en un espíritu altamente competitivo y en una falsa libertad que promueven desde el poder. Todo ello bajo la atenta mirada de las fuerzas de seguridad, los supuestos garantes de esa farsa de democracia, las cuales refuerzan la sensación de que la población, ajena a las cuestiones políticas, vive bajo un estado policial.
Control policial
Un ejemplo de ello y del control de las libertades es la reciente concentración enfrente de la estación de metro de Chistie Prudí, en el centro de Moscú, para conmemorar los tres años de la muerte de la periodista Ana Politkovskaya. En un espacio que parecía improvisado, vallado, para un máximo de 350 personas, a los pies del bulevar, rodeado por fuerzas de la militsia o policía, tuvo lugar un acto en el que participaron personalidades destacadas de la oposición política (Boris Nemtsov, Mijaíl Kasianov), de los medios de comunicación (Dmitri Muratov, director de «Novaya Gazeta»), miembros de la sociedad civil (Liudmila Alexeyeva, Alexei Simonov, director del Fondo de Defensa de la Glasnost), así como actores y amigos de Politkovskaya. Ése fue el único espacio de libertad de expresión que se concedió a la organización del acto, que tuvo lugar bajo la atenta mirada de las fuerzas de seguridad.
La atmósfera de represión contra las voces críticas hace que sea tan sólo una minoría la que se atreva a salir a la calle para protestar y dar la cara. En el contexto de las recientes elecciones a la Duma de la ciudad de Moscú, en una charla en un bar de la capital rusa, Mijail afirmaba que no tenía ningún sentido ir a votar: «Yegor, ¿irás a votar?», preguntó a su amigo, «Claro que no, ¿para qué?». Mijail y Yegor lo tienen claro: el actual alcalde, Yuri Luzhkov, es un hombre contradictorio y polémico. Todo el mundo asume que, entre las funciones de cualquier cargo político, una de ellas es robar de las arcas públicas. Por ello, Mijail y Yegor prefieren tener en el poder a un ladrón saciado que no a una nueva horda de ladrones, a los que habrá que saciar de nuevo.
Así, la sociedad rusa ha vuelto a renunciar a la posibilidad de alzar la voz, el actual Gobierno se ha erigido con un poder extraordinario sobre la población, basado en el miedo y el terror, algo que si repasamos la historia de Rusia nos puede llegar a sonar familiar.
La impunidad de los ataques mortales contra periodistas en los últimos diez años ha afectado a las pocas voces críticas en los medios de comunicación, por otra parte controlados en su mayoría por el propio aparato represivo. Y la mayoría de la gente de a pie, como es lógico, piensa más en su seguridad, en alimentar a su familia y en llegar a fin de mes. Que no es poco. También o más en Rusia.