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El mundo se acaba una vez más

«2012»

La única profecía que por ahora ha acertado el cineasta alemán Roland Emmerich en «2012» es la de anticipar la llegada de un presidente negro a la Casa Blanca, al que presta su imagen el veterano actor Danny Glover, conocido por su activismo político.

Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

Roland Emmerich es más papista que el Papa. Es el cineasta alemán que se empeñó en ser el nuevo Spielberg, para lo que quiso demostrar que todavía podía ser más norteamericano que los allí nacidos. Pero en Hollywood, desagradecidos ellos, han preferido reconocerle como sucesor del menos distinguido Irwin Allen, productor de películas de catástrofes al que el género debe el dudoso honor de existir como tal. Con Emmerich el cine catastrofista se ha vuelto mucho más previsible de lo que ya era, e incluso más vacío en sus contenidos dramáticos. Todo es supeditado al espectáculo grandilocuente de los efectos digitales, que han sustituido al tradicional estropicio con frágiles maquetas, quedando el elemento humano definitivamente reducido a la mínima expresión. Suele haber un héroe destinado a salvaguardar la continuidad de la especie, para lo que ha de librar a su familia del desastre, mientras el resto de la humanidad sucumbe en países donde no se encuentran los elegidos que, por supuesto, siempre son de los Estados Unidos. Me gustaría que algún sicólogo me explicara por qué hay personas que encuentran disfrute en contemplar la destrucción del planeta una y otra vez, o acaso tiene que ver con la preparación cristiana para el juicio final.

Debido a que Roland Emmerich no se le ocurría ninguna excusa para acabar con el mundo otra vez, ha recurrido a una profecía de la cultura maya según la cual la vida desaparecerá de la faz de la tierra en el 2012. Ni qué decir tiene que los cataclismos que acontecen en pantalla no están científicamente explicados, y simplemente se habla de una serie de fenómenos desarrollados en torno al sol, al que también habría afectado lo del cambio climático. En fin, que los seísmos y los tsunamis se disparan y escapan a cualquier control de los gobiernos, sin que las autoridades nada puedan hacer, con aparición incluida del Papa justo antes de que El Vaticano caiga derruido. El suelo empieza a moverse en la soleada California, y a lo largo de las más de dos horas y media siguientes pasa lo mismo en otras tantas partes, hasta que una ola gigante se traga literalmente Río de Janeiro y el Tibet. Es un modo de indicar que nadie estará a salvo ni en las montañas más altas, a excepción del nuevo Noé incorporado por un John Cusack con cara de circunstancias. A cambio ha recibido un sueldo en consonancia con una superproducción que, con gastos de publicidad, alcanza los 350 millones de dólares.

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