Raimundo Fitero
Un cachondeo
Están empeñados en que el personal, el contribuyente, desconfíe de la acción política de manera constante. Las televisiones públicas siguen siendo un cachondeo inmenso, inconmensurable, diabólico, el despiporre. «A petición propia», como dicen en los telediarios de TVE, se despidió de la dirección de RTVE Luis Fernández, quien ha llevado hasta aquí la nave en reconversión con muchas contradicciones y medidas tan drásticas como prejubilar a todo aquel que pasara de 52 años de edad. Una medida eminentemente ideológica: es decir neo-liberal, de capitalismo salvaje, una forma de descapitalizar al ente de sus mejores activos, una limpieza muy poco ejemplar para hacer una gestión económica, supuestamente más ligera y asumible. A ello se añade que después de las campanadas de este fin de año no habrá anuncios en TVE. Es decir una situación muy comprometida que requiere soluciones muy profesionales.
Pero se despide, renuncia, dimite, lo dimiten, Luis Fernández, periodista de largo recorrido y nos anuncian su sustituto, «una persona de consenso», dicen los dos partidos mayoritarios, por lo que ya se puede entender que se trata de alguien encantado con el centrismo etéreo, pero la sorpresa es mayor cuando aparece el elegido: Alberto Oliart, persona con trayectoria política como ministro con Suárez, como presidente de un banco, empresario ejemplar, aseguran, un tipo que escribe, y lo hace bien, pero que solamente tiene un problema: su edad provecta, ochenta y un años.
Por un lado hay que aplaudir que un anciano pueda estar al frente de una empresa de titularidad pública con tantos empleados, tanto presupuesto y tantos problemas, pero en estos tiempos de crisis, después de la demolición controlada del entramado de trabajadores en edad de dar lo mejor de sus capacidades despedidos, esto más que un cachondeo es una afrenta, una provocación, un disparate. El señor Oliart es un jubilado gozoso, un buen tipo, se supone, pero su imagen al frente de RTVE es para desanimar a todos, para entender que ese Ente jamás será algo profesional. Como mucho, de consenso, es decir de pasteleo entre los partidos. Mal asunto.