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Mötley Crüe: caos, mugre y destrucción en Hollywood

«Los Trapos Sucios» es la autobiografía de la banda de rock californiana Mötley Crüe. Posiblemente sea una de las historias más impactantes jamás publicada. Un catálogo escatológico sobre las consecuencias del abuso de las drogas y la falta de apego a la realidad. Un ejercicio de ultra realismo, en el que el lector tendrá que discernir si todo es verdad.

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Izkander FERNANDEZ | BILBO

En las décadas de los 60 y 70, las estrellas del rock eran genuinas. Era gente que había alcanzado un status relativamente nuevo por mediación del destino. Músicos y artistas que habían estado en el momento justo en el lugar adecuado para dar el salto mortal y dedicarse a escribir canciones, grabar discos y ofrecer actuaciones en directo. La espontaneidad del sector, tratado como un gremio, se fue perdiendo según fueron madurando los 80. Ahí fuera había una horda de jóvenes en busca del estrellato. Ya no era un designio del abstracto destino, sino una espiral vertiginosa en la que muchos se enrolaban en pro de fama, dinero, sexo y drogas.

Mötley Crüe son el paradigma de la superestrella buscadora de oro: cuatro jóvenes crecidos en suburbios con relaciones deficientes en el ámbito doméstico que, desde una edad muy temprana, trataron de llamar la atención. A partir de un instante concreto, un póster, una portada de un disco, una canción o un instrumento, sus vidas cambiaron. Y todos lo vieron claro. Sabían que querían ser estrellas de rock.

«Los Trapos Sucios» (Es Pop Ediciones), es el relato del ascenso a la cúspide del rock n' roll por parte de Mötley Crüe, el descenso a los infiernos producido por el abuso de las drogas y la remontada hasta la total reconversión en una empresa productora. Neil Strauss, escritor que ya había abordado el género biográfico junto a Marylin Manson, Dave Navarro y la actriz porno Jenna Jameson, es el encargado de dotar de consistencia al extremo relato de las andanzas de Vince Neil, Mick Mars, Nikki Sixx y Tommy Lee.

Con un ritmo endiablado y una prosa un tanto inverosímil pero totalmente adictiva, Strauss repasa al milímetro cada paso dado por los cuatro forajidos de leyenda que ejercen de protagonistas. En algunas ocasiones, el exceso de detalle multiplica el drama, la comedia o el disparate por mil, haciendo que al lector le surjan ciertas dudas sobre si lo que está leyendo, es real o no. Pero eso es precisamente el rock n' roll y su gran mentira. Quizá no importe si algo ha ocurrido o no, quizá lo importante sea que a alguien se le haya ocurrido que tal cosa pudiera ocurrir. Y en ese sentido, «Los Trapos Sucios» no tiene rival en el mercado. Ni, posiblemente, en el subgénero de la autobiografía rockera.

Cuna de suciedad

«La amaba y quería casarse con ella, nos decía una y otra vez, porque cuando se corría era capaz de lanzar fluidos de una punta a la otra de la habitación». En el primer párrafo, Neil Strauss ya da un aviso de que no va a escatimar en detalles. Es Vince Neil quien recuerda las habilidades sexuales de una ex novia de Tommy Lee en los primeros días de la banda.

Por aquella época, Mötley Crüe eran un engendro en busca de una identidad propia. O más bien, un seudo grupo de rock en busca de lo único: un contrato discográfico que les ofreciera sexo, dinero y fama.

A ello enfocaban todos sus esfuerzos. Aunque, analizándolo fríamente, quizá lo que hacían era precisamente no esforzarse por nada más que por cumplir un papel. El papel de estrellas destructivas, egoístas e irresponsables.

Eran los días de la Casa Mötley y su primer disco, «Too Fast for Love» (1981), en los que un constructor con aires de grandeza se encargaba de ser su representante. Y es que lo del estrellato no era algo únicamente ansiado por los músicos. Los 80 fueron los grandes años del negocio musical y allí hasta la última rata de cloaca intentó subirse al carro. «La casa estaba cerca del Whisky A Go-Go y la gente se colaba para celebrar fiestas de madrugada, bien por la ventana rota, bien por la puerta principal (marrón, combada y medio podrida) que sólo conseguíamos mantener cerrada utilizando un trozo de cartón doblado como cuña», relata Vince Neil.

El catálogo de atrocidades empieza cuando el propio Neil va repasando los niveles de higiene que mantenía su hogar, así como lo absurdo de algunas situaciones. «En los nueve meses o así que estuvimos viviendo allí, no limpiamos el baño ni una sola vez. Tommy y yo todavía éramos unos adolescentes. No sabíamos cómo hacerlo. En la ducha se amontonaban los tampones de las chicas que habían pasado allí la noche, y el lavabo y el espejo estaban negros debido al tinte para el pelo que usaba Nikki».

Pero Mötley Crüe despegaron. Tras el lanzamiento de «Shout at the Devil» (1983) y su fichaje por Elektra Records pasaron de las cucarachas en el horno de la cocina a ser lo que siempre habían soñado ser: estrellas de relumbrón del universo rockero. Ellos mismos se mofan de su tercera obra de estudio titulada «Theatre of Pain» (1985). De ella apenas rescatan un par de sencillos siendo uno de ellos una versión. Llegó «Girls, Girls, Girls» (1987) y la cima de la depravación. Mötley Crüe había creado la banda sonora de una forma de comprender el rock, o la vida misma, según se mire. Clubes de striptease, montañas de cocaína, sobredosis de heroína, problemas legales, alcoholismo, fechorías, peleas con miembros de otros grupos, peleas entre ellos mismos, peleas con la Policía, peleas en un tren de alta velocidad...

Su espíritu era el mismo que el de un quinceañero desbocado que todavía no entiende demasiadas cosas. Lo hacían todo mal y, pese a todo, todo salía bien. «Girls, Girls, Girls» fue un éxito y su compañía estaba dispuesta a jugarse los cuartos por la banda de cara al próximo disco. Y claro, cuando cuatro sinvergüenzas irresponsables lo hacen todo mal, puede que los negocios salgan bien, pero a nivel personal su futuro apuntaba al mayor de los infiernos.

Mars y Neil, ahogados en el alcohol; Sixx, en la heroína y Lee, en la cocaína. Es quizá la figura de Sixx la que mejor representa el sinsentido en el que se había convertido la existencia de la banda. Durante una juerga en Los Ángeles, Sixx se dedicó a vagar por la ciudad en su limusina en busca de compañeros de farra. Cuando ya se había bebido, inyectado y esnifado todo lo que tenía a su alcance, Sixx creyó que todavía no era suficiente. «Cuando volvimos al Franklin, nos encontramos al camello de Robbin esperándonos. Nos dijo que había conseguido una estupenda heroína persa poco después de que nos hubiéramos marchado, y nos preguntó si queríamos».

Sixx quiso, pero era incapaz de pincharse solo, así que dejó que el camello le pinchase y así llegó la segunda sobredosis de su vida y el principio del fin del tren de vida salvaje y enfermizo de aquella época. A partir de ahí Mötley Crüe se convierten más en una dócil marioneta de hacer dinero. «Dr. Feelgood» (1989) los encumbra hasta los cielos. Pero entonces apareció el grunge y los grupos que, como los Crüe, se lo jugaban todo a la carta de la frivolidad, acabaron cayendo como viejos dinosaurios. Aunque ellos se mantuvieron, con algunas idas y venidas, hasta nuestros días.

Gritando al diablo

Mötley Crüe son un pedazo de historia. Quizá su falta de madurez y su excesiva necesidad de estar siempre en el ojo del huracán acabaron restando méritos a la calidad de sus composiciones. Pero discos como «Dr. Feelgood», «Shout at the Devil» o «Too Fast for Love» guardan en sus surcos algunos himnos que apelan directamente a una época en la que todo era diferente. La actitud kamikaze de sus cuatro miembros y la práctica imposibilidad de guiarlos no hizo que su discográfica renunciase a ellos. Los quebraderos de cabeza que sufrieron los diferentes managers, promotores y relaciones públicas que Elektra Records puso a su disposición siempre fueron compensados con canciones que hacían vender discos como rosquillas. Y así, a día de hoy, llevan vendidos más de 45 millones. Doc McGhee, manager de la banda en el oscuro periplo de «Girls, Girls, Girls», tiene un capítulo a su servicio en «Los Trapos Sucios». Tras la gira japonesa de 1988, McGhee y Mötley Crüe decidieron dividir sus caminos. «Mötley nunca me dejaron que les ayudara; en vez de eso, nos dedicábamos a machacarnos los unos a los otros constantemente», relata el mánager. McGhee pensaba firmemente que MC podían haber sido una banda de mayor peso histórico en el rock. Incluso cita a Led Zeppelin. Pero acto y seguido, la define de la forma más acertada posible: «Mötley Crüe hacían estupideces porque eran Mötley Crüe. Nunca había ningún motivo para nada, sólo eran los Mötley. Ni siquiera tenían que esforzarse: su vida era la vida del rock n' roll».I.F.

 

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