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Maite SOROA | msoroa@gara.net

El coro de los cortesanos

Cuando era una niña, leí el cuento de «El Rey desnudo» de Hans Christian Andersen y se me quedó grabada la moraleja: no hay cosa más ridícula que un coro de cortesanos negando la evidencia a los que hasta un niño les pone al descubierto.

Ayer, en el portal de noticias «Periodista Digital», el veterano cortesano y periodista José Apezarena me lo volvió a recordar.

Nos contaba Apezarena que «la Familia Real se deja ver todo lo posible en el País Vasco (...) cualquier ocasión ha servido para organizar un desplazamiento real al territorio vascongado». Como si fuera un coto de caza.

Insiste después el tío en los esfuerzos de la saga de los Borbón: «Lo cierto es que hay un esfuerzo de la Familia Real por hacerse presente allá, arrostrando en ocasiones alguna que otra pitada, pero también comprobando que siempre son más, muchos más, los que les aplauden en la calle. Ésa es la realidad».

Este vive en Babia o no quiere reconocer que el rey está desnudo. Si hubiera paseado anteayer por Donostia y preguntado a sus gentes, habría apagado el ordenador y, en vez de escribir melonadas, habría salido a cazar gamusinos.

Y no para este individuo. Lean, lean: «Se podría afirmar que los reyes y sus hijos están empeñados en una tarea, discreta y tranquila, de `reconquista' del País Vasco. Quieren `normalizar' su presencia allí, porque, se pongan como se pongan el PNV y compañeros, don Juan Carlos es, también, el rey de los vascos». Pues no será porque viva ni trabaje en Euskal Herria. Nació en Roma, vive en Madrid y no sé dónde trabaja, pero por aquí no se le ha visto.

La cosa, según asegura José Apezarena, va viento en popa a toda vela, porque «ese esfuerzo de presencia va a tener ahora una oportunidad más, porque este año el discurso navideño de don Juan Carlos será retransmitido por la televisión autonómica. La normalización que capitanea el ejecutivo de Patxi López ha llegado también a ese terreno. Y ya era hora».

Pues si emitir el vídeo del inquilino de la Zarzuela es la «normalidad», ¡qué bien se vivía anormalmente!

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