Medvedev ofrece un sombrío retrato de Rusia
El sombrío panorama de Rusia que ayer dibujó su presidente, Dmitri Medvedev, en su anual Discurso a la Nación, encierra un poco disimulado ensayo para marcar distancias políticas con Vladimir Putin, su mentor y actual primer ministro. Medvedev hizo un severo repaso a los principales pilares económicos rusos hasta concluir que sus estructuras productivas son obsoletas y que el país no ha conseguido sobreponerse a la herencia soviética ni crear una nueva arquitectura económica que responda a los retos del siglo XXI. Habló el presidente de la necesidad de modernizarse, de que Rusia no puede seguir viviendo de las rentas del pasado, en alusión directa a la industria del gas y el petróleo, y a las tecnologías nucleares y espaciales. En otras palabras, vino a decir que ni él ni sobre todo su antecesor, el todopoderoso Putin, han logrado que el país despegue hacia modelos más competitivos y, sobre todo, más justos.
Pero los recados al primer ministro no se detuvieron ahí. Medvedev no dudó en arremeter contra las corporaciones públicas rusas, engendros de Putin, y que en opinión del presidente son gigantes «inviables y sin futuro». Sus palabras, y anteriores actuaciones como la orden del pasado agosto de realizar auditorías a las empresas en cuestión, significan un ataque directo a la línea de flotación del potente sector empresarial que sostiene a Putin. Y, en consecuencia, al mismo Putin.
Cuando Medvedev habla de un país «atrasado y corrompido», con una economía «primitiva» y una democracia «débil», parece estar sentando las bases para un golpe de timón en Rusia. Sin embargo, y hasta el momento, su programa se reduce de forma casi exclusiva a un planteamiento que nunca supera el plano dialéctico. No se anuncian proyectos concretos ni se vislumbran políticas reales con las que el actual presidente de un paso al frente para zafarse de la alargada sombra de Vladimir Putin y liderar los cambios necesarios para convertir a Rusia en el «país moderno» que preconiza.