ANÁLISIS Política exterior China
Obama completa el «maratón de otoño diplomático» de China
El autor sostiene que el reconocimiento por parte de EEUU del papel de China como gran potencia no es gratuito y obedece a un intento de confrontar al gigante asiático con las contradicciones inherentes a ese estatus, lo que lleva aparejado el correspondiente desgaste.
Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
Desde hace tiempo los parámetros generales de la política exterior china pasan por la búsqueda de la integración del país en «un solo mundo» con una política internacional multilateralista, que ponga fin sobre todo a tantos años de hegemonía de EEUU y al mundo unipolar diseñado por Washington. Todo ello sin olvidar la imprortancia económica de buena parte de los movimientos internacionales para los dirigentes chinos, que apuestan por lo que definen como «una convivencia en paz».
Las relaciones entre EEUU y China están sujetas a la búsqueda de acuerdos en materias concretas. La energía, el cambio climático, la crisis económica mundial o la seguridad del mundo son algunos de los temas que desde hace tiempo comparten las agendas de ambas potencias.
Algunos movimientos recientes de la diplomacia de Washington también han sido bien acogidos en Beijing. La decisión de Obama de no recibir al Dalai Lama en su reciente visita a EEUU (la primera vez desde 1991 que no es recibido por un presidente norteamericano), o el tono mucho más modesto en torno a las denuncias sobre violaciones de derechos humanos en China son guiños de amplio calado en el país asiático.
Como también lo son las decisiones del gobierno de Obama de «declinar cualquier responsabilidad china en la manipulación del valor del yuan» o el silencio ante la ayuda económica de China a Corea del Norte, a pesar de las sanciones de la ONU.
Si Beijing aprueba esos movimientos, también es consciente de que los estrategas de EEUU no realizan estos pasos sin valorar los propios intereses norteamericanos. Por eso, algunos analistas chinos ven con desconfianza los intentos por ubicar a China en la cúspide del panorama mundial, otorgándole ese «privilegio» pero al mismo tiempo buscando su mayor participación en determinadas agendas globales, lo que a su juicio supone un evidente peligro, pues las contradicciones y el desgaste que debería afrontar China le acabarían pasando factura.
Algunos académicos hablan ya de «maratón de otoño diplomático» de China. Durante el mes de otoño diferentes dirigentes chinos han visitado Corea del Norte, logrando importantes acuerdos, hechos públicos por China, en materia de desnuclearización y ayuda alimentaria y energética. En este tiempo, el vicepresidente Xi Jinping ha recorrido al menos cinco estados europeos, y una importante delegación militar china ha visitado EEUU.
También es importante remarcar las visitas que ha recibido China. La del primer ministro nipón, Yukio Hatoyama, ha servido para evaluar de cerca los cambios que se puedan estar produciendo en Japón tras la victoria electoral del PDJ y la evolución de las relaciones niponas con EEUU, algo que sin duda también incidirá en las, en ocasiones turbulentas, relaciones chino-japonesas.
También las visitas del presidente surcoreano y del primer ministro vietnamita han sido importantes. En el caso de este ultimo, las diferencias fronterizas bilaterales han centrado la agenda en un intento por solucionar esos enfrentamientos. Pero sin duda alguna, la visita estrella has diso la del actual primer ministro ruso, Vladimir Putin. Durante su estancia se firmaron acuerdos de colaboración en cuestiones militares y energéticas, remarcando «la especial relación entre ambos países». La posibilidad de que las transacciones de pago energético se puedan realizar en rublos o yuanes supone un serio aviso para la hasta hora hegemonía del dólar en ese campo.
China también sigue apostando por otros foros internacionales. El peso que está adquiriendo la Organización de Cooperación de Shangai (SCO), a la que algunos ya presentan como la OTAN asiática; los intentos por crear una especie de comunidad del este asiático, que crean importantes recelos en los dirigentes chinos -la ven como una balanza claramente favorable a los intereses de EEUU en la región-; o la apuesta por experiencias como el BRIC, un foro donde las potencias emergentes (Brasil, Rusia, India y China) acuerdan aspectos comunes en diferentes temas, son algunos ejemplos.
Tampoco conviene despreciar los intentos chinos por reconducir las relaciones con la Unión Europea, que ya en el pasado fueron objeto de tensión y desencuentro. Los reproches de algunos estados de la UE hacia la política china sobre Tíbet, o el rechazo de algunos estados a reconocer un estatus concreto al mercado chino no han facilitado las relaciones. El próximo 30 de noviembre la cumbre chino-europea que se celebra en Nanjing puede acercar posturas oficiales, ya que no conviene olvidar que en la práctica la Unión Europea ya es el principal socio comercial de China.
Beijing duda entre la apuesta por impulsar una nueva fotografía mundial que algunos ya han definido como una especie de G-2 (EEUU y China) o mantener su estrategia a largo plazo, consciente de que un repunte de su papel internacional puede acarrear desequilibrios internos importantes.
Los excelentes resultados económicos del gigante asiático en plena crisis global tampoco parecen haber pasado desapercibidos. De ahí que la cautela siga presidiendo el guión diplomático y político de los dirigentes chinos. La tesis china es que «tenemos que seguir construyendo sus avances en base a nuestras capacidades y sobre todo consolidando los pasos que se vayan dando».
Ahí radica parte de la filosofía del dragón asiático durante muchos siglos. Despacio pero sin pausa, el tiempo parece jugar a su favor, y más allá de análisis distorsionados o influenciados por un prisma eurocéntrico, conviene recordar que en el pasado China ya ocupó una posición privilegiada y de peso en la escena mundial. El maratón otoñal es otra prueba más para los dirigentes chinos, pero éstos son conscientes que para acabar la carrera es fundamental mantener el ritmo que cada circunstancia exija.