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ANÁLISIS Conversaciones Ankara-Diyarbakir

Soltando los grilletes que maniatan a Mesopotamia

La posibilidad de que, próximamente, arranque un proceso de paz para solucionar el conflicto que enfrenta al pueblo kurdo con el Gobierno de Turquía y lo que supondría dar ese paso son algunas de las cuestiones que el autor pone sobre la mesa.

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Karlos ZURUTUZA Periodista

Más libertad para todos». Así resumía Besir Atalay, ministro de Interior turco, la propuesta de paz que el Gobierno presentó el pasado viernes en el Parlamento. Se propone recuperar topónimos kurdos y que la lengua kurda tenga un papel que le ha sido negado hasta hoy. Pero la llamada «iniciativa democrática» no se limita a los derechos lingüísticos y culturales sino que, además, incluye, entre otros, «incrementar los controles para evitar las torturas en las cárceles» y «revisar los juicios a los presos acusados de terrorismo en los casos en que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos haya presentado quejas». Es como reconocer de forma implícita que se ha amordazado, torturado y castigado desproporcionadamente a todo un pueblo.

Éste era el órdago de los islamistas moderados en el poder, y justo en el 71º aniversario de la muerte de Kemal Atatürk, el «gran hacedor» de la Turquía de hoy. Öcalan habla de farsa y de «gran show» por parte del Gobierno; la oposición ultranacionalista de «traición a los valores de la República» y de «amenazas» a su integridad. Erdogan responde que la «Democracia unirá más al país, y no al revés». Puede que el Gobierno turco no haya hecho pública la Hoja de Ruta de Öcalan, pero está claro que se la ha leído.

Pero, ¿y el Ejército? ¿Qué dicen los guardianes del kemalismo? Pues ni siquiera una «declaración de advertencia» en su página web, como ya hicieran en 2007 para evitar que el Gobierno eligiera a su propio candidato como presidente. Y no olvidemos que la Constitución vigente en Turquía es la que redactó la Junta Militar en 1982, y que Atalay tachó el pasado viernes de «insuficiente» y «sustituible». Misteriosamente, el Estado Mayor guarda silencio limitándose a bombardear el Qandil para legitimar su existencia.

Por su parte, los diputados kurdos del DTP (Partido de la Sociedad Democrática) acusan al Gobierno de preferir las buenas palabras a la acción. «Si el Gobierno mostrase una verdadera voluntad de solucionar el conflicto, el PKK podría entregar las armas en tres meses», aseguraba recientemente Ahmet Türk, el presidente de la principal coalición kurda.

De momento, las «buenas palabras» ya empiezan a hacer mella en la popularidad del AKP, aunque Erdogan sabe que todavía le queda tiempo para hacer los deberes antes de la próxima cita electoral en Turquía (2011). Öcalan ya había avisado de que, de no producirse movimientos de forma inmediata, la solución al proceso se alejaría de forma irremisible, por lo que el primer ministro turco pisa el acelerador con vistas a que la «cuestión kurda» no le queme el bigote en vísperas de elecciones. La polarización entre islamistas moderados y nacionalistas será mayor que nunca, pero los núme- ros seguirán siendo favorables a los primeros, y probablemente recuperen parte del voto kurdo que ya consiguieran en 2005 tras prometer una solución a la cuestión kurda.

Si la política doméstica turca se complica, la exterior resulta hoy más transparente que nunca. El AKP ya presumió en su día de haber acercado a Turquía a Bruselas más que ninguno de sus predecesores, y hoy puede alardear de idéntico o mayor éxito diplomático para con sus vecinos de Oriente Medio. Y es que, tras estrechar lazos con Damasco, Beirut, Bagdad y Teherán, Turquía se consolida como uno de los líderes en la región para disgusto israelí, aliado hasta ayer. Casualmente, son los kurdos quienes viven a ambos lados de las fronteras de Siria, Irak e Irán, unos arbitrarios límites administrativos que han de atravesar futuros corredores energéticos ya proyectados.

¿Podría un futuro proceso de paz fluir como el petróleo a través de dichas fronteras? Los kurdos de Siria (cerca de tres millones) siempre lo han sabido y han luchado por ello desde el grueso del PKK. Líderes kurdos de ambos lados de la frontera han declarado para este mismo medio que cualquier cambio en Turquía afectará de forma directa en Siria. Respecto a los vecinos, puede que la frontera persa sea la más impermeable al cambio pero, en el caso de la iraquí, Ankara está a punto de abrir un consulado en Erbil, la capital administrativa de Kurdistán Sur, donde la hegemonía comercial turca es indiscutible. Así, una aventura militar del Ejército turco para desbancar al islamismo moderado que lidera el país no sólo alejaría definitivamente a Ankara de Bruselas, sino que también desplazaría a Turquía de la atalaya sobre la que domina hoy Mesopotamia y periferia. El Estado Mayor lo sabe o, al menos, alguien se lo ha hecho saber: el 19 de octubre, un grupo mixto de militantes del PKK y refugiados políticos cruzó la frontera desde Kurdistán Sur, vestidos de guerrilleros, para ser recibidos por una multitud de simpatizantes al otro lado. El pasado miércoles se entregaron ocho combatientes más, esta vez de forma mucho más discreta. Ninguno fue detenido por la Jandarma (la Policía Militar). ¿Se está hablando con el PKK? Seguro que sí, pero ¿quién media?

Atalay manifestaba el viernes su deseo de «soltar definitivamente los grilletes que maniatan al país». Es posible que un proceso de paz en Turquía pueda plantar una semilla que de sus frutos en gran parte de Oriente Medio. Turquía es la llave de la estabilidad en la región. Y Washington lo sabe.

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